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Hola, ¿bailas conmigo?- Estaba sentado, levantando la mano derecha, ofreciéndosela a ella, y sonreía de manera extraña, como con sólo la mitad de sus labios, formando una mueca que no invitaba, ni a sonreír, ni a bailar, y que a ella le entristeció aun más.
- ¿Has leído el libro que te di?- Contestó ella preguntando, tajante.
- Sí. El título de aquel libro llamó poderosamente mi atención. Gracias.- Y volvió a sonreír de aquella manera tan peculiar, como tan sólo él lo hacía.- Pero... No lo he entendido muy bien, esperaba que me ayudaras.
Los dos quedaron en silencio. La inocente petición le hizo dudar a ella. ¿Estaba siendo irónico?
- ¿Lo harás?- Repitió él.
Sonaba una hermosa melodía que entraba por la ventana, traída por el aire de aquella noche de luna llena. Ella estaba de pie, apoyada sobre la estantería de su estudio, y a su espalda, incontables libros y manuscritos guardaban infinita sabiduría. Compendios y tratados de filosofía, medicina, psicología y otras disciplinas permanecían ordenados, expectantes y conocedores del secreto que él aun no conocía.
- Sí.- Dijo.- Te ayudaré.- Estaba muy sería, mirándole. En él vio esa expresión taciturna, y dio un par de pasos hasta llegar a él. Tomó su mano, se arrodilló para ponerse a su altura, y añadió cuatro palabras.
- Pero prométeme una cosa.
Él asintió.- Dime.
- Vas a escucharme, muy atento, y vas a tratar de entender lo que te digo, ¿vale?
- No estarás otra vez con eso...- No obtuvo palabra por respuesta, pero en su rostro la vio reflejada, y negó con la cabeza... Estaba harto de todo aquello.
- Desde el accidente, todo cambio.- Dijo ella por fin.- No quieres creerme, pero lo digo en serio. Sé de lo que hablo.
Él se encogió de hombros.- Sí... Lo sé. Pero en serio... Es que ya no puedo más.- La miraba fijamente, y ella comenzó a sentir cómo su mano temblaba.
- Escúchame.- Dijo.- El accidente fue muy fuerte. Eso ya lo sabes. Después pasaste mucho tiempo en el hospital... Hicieron lo que pudieron, pero tu sistema nervioso quedó dañado irreparablemente.
- No...- La interrumpió él.- Estoy bien.- Y calló con un suspiro.
- Escúchame... ¿Qué leíste en el libro? Dime.
- Bueno... Habla de aquel hombre. El que sufrió una apoplejía del hemisferio derecho del cerebro. El muy tonto no sabía ni que había quedado paralítico de medio cuerpo.
- No estaba paralítico...- Dijo ella muy despacio.- Era una parálisis, una hemiplejia. No podía mover la mitad izquierda de su...- Las palabras se quebraron al ver aquella media sonrisa irónica.- cuerpo.
- En serio... Yo estoy bien. De verdad... Los médicos exageran, si es que...
- Escúchame...- Dijo ella otra vez en voz baja.- Aquel hombre... No era tonto por no saber lo que le pasaba.
- No...- Él se rió por lo bajo.
- Se llama anosagnosia, y significa no poseer un conocimiento...- Movió la cabeza.- Una persona que tiene anosagnosia, no sabe que le pasa algo, ¿entiendes? Es incapaz de saber que está enfermo...
Calló por unos instantes, y miró a través de la ventana sin ver a la luna.
- ¿Qué decía en el libro...? ¿Qué has leído tú mismo en ese manual, acerca de la apoplejía derecha?
- Sí. Si yo te entiendo, pero es que a mi nunca me dio una apoplejía...
- Sí. Sí que te dio. Dime, qué dice...
- Dice que algunos pacientes que han sufrido una parálisis del lado izquierdo de su cuerpo tras sufrir la apoplejía, tienen anosagnosia, con lo que no saben que están paralíticos...
- No están paralíticos...- Repitió ella aun buscando a la luna.
- Ya... Es una parálisis... Ya me lo has dicho.- Callaron los dos.
- Pero a mí no me pasa nada. Nada.
Ella no contestó, ni dijo nada por un rato, y permanecieron en silencio. Él temblaba más que antes, y ella apartó su mano, dejándola caer sobre su pierna derecha, que la acarició hasta llegar a la izquierda. Entonces sonrió, al encontrar a la luna, que de nuevo se asomaba a la noche.
- ¿Lo has sentido?- Dijo ella de nuevo mirándole.
- ¿El qué?
- Mi mano...- Sus palabras sonaron casi más como una pregunta inocente.
Pero él sonrió, sin comprender en absoluto.
Entonces ella se levantó y le dio un beso en la mejilla izquierda.- No.
- No, ¿qué?
- No puedo bailar contigo...
Él negó con la cabeza. Estuvo a punto de resoplar. Estaba harto de que le repitieran lo mismo.
- Piénsalo. Sólo te pido que pienses si es posible...- Dio media vuelta y caminó hacia la puerta, y después de las ultimas palabras, la cerró al salir.
- Tan sólo intenta imaginarte a alguien que no es capaz de sentir la mitad de su cuerpo... Que no puede moverlo y no lo sabe. Simple y llanamente, no lo sabe. Alguien que no es consciente de todo aquello...
Darka Treake
(No te aconsejo que leas las siguientes palabras si aun no has leído el relato, pues probablemente te desvele el secreto antes de tiempo...)
Este relato ha sido inspirado por algo que he leído en "El Error de Descartes" de Antonio Damasio. No está basado en un caso verídico, pero sí es verdad que hay muchos pacientes que sufren de este mal. Personas que no pueden mover la mitad izquierda de su cuerpo y ni siquiera lo saben... Les pides que muevan la mano, y lo intentan y lo intentan sin poder, y no entienden por qué. Ellos están convencidos de poder hacerlo, sin embargo, no hay manera...