El guerrero asestó el último golpe del combate, acabando con la bestia. Tenía una herida en el pecho, que sangraba considerablemente, y en ese momento, se le fueron las fuerzas, y cayó abatido sobre el animal. Su hacha quedó erguida, como el mástil de un navío que naufraga, quedando en pie para marcar el lugar en que siempre yacerá. Dristan cayó exhausto, y al sentir contra su cuerpo la respiración de la bestia apagarse, se relajó con la seguridad de la victoria, y quedó profundamente dormido, casi inconsciente. Estaba en pleno bosque. Una enmarañada maleza de árboles retorcidos, cubiertos de musgo, y tremendos helechos y arbustos. Vestía un faldón, de un tono verdoso manchado, unas botas gruesas de piel de venado, y un camisón que colgaba raído, tan sucio que había perdido su color. Su barba dejada se manchó de la sangre del animal, un oso con un tremendo cuerno en la frente, que ya descansaba muerto. En ese momento tuvo un sueño.
Su camino había sido largo y duro, y no pensaba desistir ahora, aunque no por ello pudo evitar caer inconsciente. Había sido elegido entre grandes y valientes guerreros para desafiar al dragón, y no pensaba regresar sin haber logrado derrotarlo. Preferiría la muerte, o el exilio, antes que volver humillado. Su pueblo una vez fue próspero, pero sumido en la decadencia, tras la masacre de una guerra infinita, ahora lo esperaba con una última esperanza. Con un guerrero capaz de matar a Mëryl, el Dorado, el dragón que habitaba el Gran Volcán, serían capaces de terminar con los Orcgluds(*).
El sueño de Dristan en aquel momento fue revelador. Fue el impulso que necesitaba para sobrevivir al combate victorioso contra el oso cornudo. En él, se sintió bajando a los infiernos, y hablando con un poderoso demonio, que no podía ver. Su voz pareció sonar ronca en sus oídos. Provenía de todas partes, aunque él sólo veía la oscuridad de un lugar indescriptible.
- Mortal. Tu muerte ahora sería el olvido para un pueblo. Tú serás el que les devuelva la esperanza. Si decaes ahora, si te dejas vencer por la impotencia de este momento, jamás volverás a verlos con vida.
En el sueño, Dristan habló al demonio sin abrir la boca, como si sus pensamientos pudieran flotar más allá de su cabeza y éste los comprendiera.- ¿Qué es lo que me habla más allá de este lugar y del tiempo?- Dijo.
- Mi nombre no debe ser nombrado aun, mortal, y mi forma es algo que tal vez no estés preparado para comprender. Lo que digo, es lo que sé. Puedes confiar en esta voz que escuchas, o dejarte llevar con todas sus esperanzas...
- ¿Dónde estoy, y por qué sólo puedo escuchar tu voz en este silencio interminable?- Preguntó mentalmente el guerrero en su sueño.
- Estás en la falda de Gran Volcán, de camino a la morada de Mëryl, el Dorado. Mi voz en este momento de flaqueza, debe servirte de aliento, pues yo puedo hacer que logres tu mayor propósito.
- Voy a acabar con ese dragón.- Pensó sin querer Dristan.
- No podrás si mueres ahora, mortal. Debes levantarte y seguir tu camino.
Tanto Dristan como el demonio supieron entonces que aquello no era posible. El guerrero estaba completamente acabado. El combate con aquel oso cornudo había acabado con él. Deseaba levantarse, pero realmente no podía. Se sintió como si estuviera encerrado en aquel sueño, a al espera de terminar con todo. El final del camino, ante el deseo por regresar glorioso.
- Mortal, escúchame ahora. Yo soy el que puede hacer que te levantes, que continúes. Sólo debes darme una cosa a cambio.- Dristan se sintió interesado ante la posibilidad, y ambos lo supieron.- Dame el valor de tu alma, a cambio de mi favor. Pídeme en este momento cuánto desees, y yo me quedaré con tu alma tras tu muerte. Es un pequeño precio por la gloria. Por la esperanza de todo un pueblo. Por lograr tu mayor propósito.
Dristan, entonces, en su sueño, aceptó el pacto sin decir nada. Fue un sentimiento, un interés, que ambos comprendieron, y desde entonces estuvieron unidos para siempre. Aquel fue el peor error que el guerrero de las tierras altas podría cometer.
- ¿Qué deseas mortal, a cambio de tu alma?
- Deseo ser recordado para siempre. Deseo mi propia historia. Deseo que cuando haya muerto, otros cuenten mi cuento, y que así mi nombre perdure siempre...
Su camino había sido largo y duro, y no pensaba desistir ahora, aunque no por ello pudo evitar caer inconsciente. Había sido elegido entre grandes y valientes guerreros para desafiar al dragón, y no pensaba regresar sin haber logrado derrotarlo. Preferiría la muerte, o el exilio, antes que volver humillado. Su pueblo una vez fue próspero, pero sumido en la decadencia, tras la masacre de una guerra infinita, ahora lo esperaba con una última esperanza. Con un guerrero capaz de matar a Mëryl, el Dorado, el dragón que habitaba el Gran Volcán, serían capaces de terminar con los Orcgluds(*).
El sueño de Dristan en aquel momento fue revelador. Fue el impulso que necesitaba para sobrevivir al combate victorioso contra el oso cornudo. En él, se sintió bajando a los infiernos, y hablando con un poderoso demonio, que no podía ver. Su voz pareció sonar ronca en sus oídos. Provenía de todas partes, aunque él sólo veía la oscuridad de un lugar indescriptible.
- Mortal. Tu muerte ahora sería el olvido para un pueblo. Tú serás el que les devuelva la esperanza. Si decaes ahora, si te dejas vencer por la impotencia de este momento, jamás volverás a verlos con vida.
En el sueño, Dristan habló al demonio sin abrir la boca, como si sus pensamientos pudieran flotar más allá de su cabeza y éste los comprendiera.- ¿Qué es lo que me habla más allá de este lugar y del tiempo?- Dijo.
- Mi nombre no debe ser nombrado aun, mortal, y mi forma es algo que tal vez no estés preparado para comprender. Lo que digo, es lo que sé. Puedes confiar en esta voz que escuchas, o dejarte llevar con todas sus esperanzas...
- ¿Dónde estoy, y por qué sólo puedo escuchar tu voz en este silencio interminable?- Preguntó mentalmente el guerrero en su sueño.
- Estás en la falda de Gran Volcán, de camino a la morada de Mëryl, el Dorado. Mi voz en este momento de flaqueza, debe servirte de aliento, pues yo puedo hacer que logres tu mayor propósito.
- Voy a acabar con ese dragón.- Pensó sin querer Dristan.
- No podrás si mueres ahora, mortal. Debes levantarte y seguir tu camino.
Tanto Dristan como el demonio supieron entonces que aquello no era posible. El guerrero estaba completamente acabado. El combate con aquel oso cornudo había acabado con él. Deseaba levantarse, pero realmente no podía. Se sintió como si estuviera encerrado en aquel sueño, a al espera de terminar con todo. El final del camino, ante el deseo por regresar glorioso.
- Mortal, escúchame ahora. Yo soy el que puede hacer que te levantes, que continúes. Sólo debes darme una cosa a cambio.- Dristan se sintió interesado ante la posibilidad, y ambos lo supieron.- Dame el valor de tu alma, a cambio de mi favor. Pídeme en este momento cuánto desees, y yo me quedaré con tu alma tras tu muerte. Es un pequeño precio por la gloria. Por la esperanza de todo un pueblo. Por lograr tu mayor propósito.
Dristan, entonces, en su sueño, aceptó el pacto sin decir nada. Fue un sentimiento, un interés, que ambos comprendieron, y desde entonces estuvieron unidos para siempre. Aquel fue el peor error que el guerrero de las tierras altas podría cometer.
- ¿Qué deseas mortal, a cambio de tu alma?
- Deseo ser recordado para siempre. Deseo mi propia historia. Deseo que cuando haya muerto, otros cuenten mi cuento, y que así mi nombre perdure siempre...
Capítulo Primero de Lyda de Lis
Darka Treake
* Nota del 7 de agosto de 2005 del cuaderno que compré en Beijing, cuando supe por primera vez sobre los Orcgluds (adaptado para el blog):
Los Orcgluds son una raza que recuerda a los orcos, pero su piel es negra, y un espinazo les recorre la espalda, son encorvados y de afilados colmillos. Viven en los incontables túneles que ellos mismos han contruido en el Gran Volcán creado tras el Gran Cataclismo... Veneran al dragón Mëryl, el Dorado, el cual los desprecia aunque en ocasiones los utiliza... Suelen alimentarse de raices y hierbajos, pero disfrutan, como si de manjares se tratase, de las presas que cazan... Aquellos incautos que se aventuran a acercarse al Gran Volcán...
Los Orcgluds llevaban extrañas máscaras de guerra, que dan miedo a aquel que los mira. Lucharon contra la familia de los elfos que habitaron en Nilith y ahora quedan muchos menos.
El Señor de los Orcgluds era aquel que poseía el Medallón del Dragón, hecho con una de sus escamas, según cuenta la leyenda, de oro puro, entregado por el mismísimo Mëryl al designar a aquel que fuese su Primer Señor. Su nombre fue Umbduch, y desde entonces, ése ha pasado a ser el nombre de aquel que se convirtiera en dueño y señor de los Orcgluds.
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1 comentarios:
Este highlander es un atrevido!
Despues tendrá que ir la pobre muchacha a sacarle las castañas del fuego!! desde luego... :P
Sigue haciendose de rogar ...
El cuento, claro...
:D
Por cierto...¿¿Cómo que estropeao??!
Sniff :_ _ (
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