El trovador reunió aquella mañana a muchos seguidores en la plaza. Era un bereber viejo, un trotamundos, famoso por sus cuentos de diferentes partes del mundo. Había recorrido y visto cosas que ni siquiera podríamos imaginar. Había estado en tierras donde la magia se permitía, y no se perseguía… Donde los ancianos sabios eran venerados, donde los dioses antiguos aun eran recordados. Lugares donde los reyes eran efímeros, y otros donde eran altos guerreros, ya conocidos como clásicos. Había visto bestias de grandes portes y fieros aspectos. Había pernoctado en los más oscuros abismos, y había regresado para hablarnos de ellos… Vestía una túnica gris y un turbante envolviéndole la cabeza. Tenía una barba oscura, sobre la piel bronceada, y hablaba con un acento que arrastraba las palabras, dando a su relato la fuerza de un antiguo cuentacuentos. Fumaba en pipa de marfil, y no tocaba ningún instrumento musical, pues según contó, jamás se había compuesto una melodía tan triste para acompañar este relato. Tituló el cuento La Tragedia del Día y la Noche. Según dijo, no era algo que él hubiera visto, sino un cuento popular de la sabana donde habitan las tribus Chagna, muy, muy al sur del Viejo Mundo, de hecho en otro continente, llamado Ülathar. Lo que si había visto, era la estatua del cuento, que aun se erguía, en recuerdo de lo que estaba a punto de narrarnos…
Aquellas estepas una vez fueron selva cubriendo una tierra que ahora se secaba bajo un sol incesante, donde ya sólo habitaban las tribus Chagna. Éstos eran pueblos nómadas que aun seguían los credos antiguos. Creían en el fuego, el viento y el agua, en el tiempo y la vejez, en el día y la noche… No vestían ropas, sólo pieles de animales fieros que aun corrían libres por aquellos parajes, con cuyos colmillos se armaban, combatían, y los daban caza. Se agujereaban la piel, para alojar huesos, piedras o argollas, y se tatuaban todo el cuerpo con símbolos religiosos. Aquellas gentes, nos contó, se reunían en diferentes tribus o clanes, que dominaban ciertos territorios en imperturbable paz. Cada tribu tenía una serie de chamanes, de sabios o sacerdotes, a quienes el pueblo seguía, pues ellos guiaban con la palabra de los dioses, a quienes llamaban en tiempos de necesidad. En eso no se diferenciaban mucho a nosotros, nos insultó. Los dioses Chagna aquí serían paganos y perseguidos, a diferencia de lo que harían ellos con los nuestros.
Nos habló entonces de sus ritos y creencias, de sus invocaciones, de sus llamadas a los dioses y de sus mitos. Y entre tantos nombres, hubo dos que adquirieron especial interés para los oídos de todos cuantos escuchábamos: Sanae y Xiam. Sanae era una de las chamanes más mayores de todas las tribus Chagna, una anciana muy venerada por su sabiduría y por sus logrados consejos. Era la chamán de la noche, la sacerdotisa de la Magia Nocturna, lo que aquí habríamos llamado una verdadera Bruja. Era seguidora de la noche, se comunicaba con los espíritus de la noche y amaba a la luna y las estrellas por igual. Dormía por el día y vivía por la noche, cuando rezaba y hablaba con los dioses de las tribus. Xiam, por el contrario, era una chaman muy joven, pero muy sabia. Era la chamán del día, la Bruja de la Magia Diurna. Adoraba al sol y le rezaba cual dios incandescente en la bóveda del día. Dormía por las noches y sólo vivía durante los días abrasadores de la sabana. Ambas eran incompatibles, pues habitaban reinos diferentes, Sanae habitaba la noche y Xiam el día. Pero una vez ocurrió algo inesperado, algo que conmocionó a las tribus, el mensaje de un dios. En aquel momento el día y la noche se unieron, fueron uno, y las tribus se reunieron para observar el fenómeno, y rezar a los dioses. Durante el día, cuando el sol se elevaba allá en lo alto, su luz cegadora fue menguando hasta desaparecer en una fina aureola, y se hizo la oscuridad. A dicho fenómeno, aquí lo llamamos eclipse de sol.
En aquel instante, durante la reunión de las tribus, Sanae y Xiam se conocieron. El eclipse duró los suficiente como para que ambas entablaran una amistad especial. Desde aquello, las sacerdotisas del día y la noche se hicieron amigas, y se reunieron cada ocaso y cada alba, en los últimos instantes en que una permanecía despierta, y cuando la otra justo acababa de despertar. Durante aquellos instantes, tantos y tantos amaneceres y crepúsculos, las dos intercambiaron conocimientos, experiencias, rituales y secretos. Fue una amistad que se alimentó con el conocimiento de una y la curiosidad de la otra, con las palabras y la brevedad del instante. Entre las dos chamanes nació una amistad que se fue tornando en romance, y de aquella unión surgió un amor entre las dos sacerdotisas que se hizo imposible.
Xiam habitaba el día, y Sanae, la noche. Cada ocaso y cada alba, en esos breves instantes en que el firmamento duda entre la noche y el día, ellas dos se abrazaban, se hablaban y se amaban. Pero aquel romance no podría durar demasiado, pues Sanae, que era la más mayor, no viviría mucho. Y Xiam, que era joven y la veía marcharse en vida, sin poder aprovechar el tiempo debido a sus diversas condiciones, decidió hacerle un regalo a Sanae.
Fue entonces cuando acudió hasta el Gran Volcán, donde por aquel entonces habitaba un demonio que deseaba ser invocado. El trovador bereber no quiso darnos su nombre, pues según dijo, aquel demonio hizo mucho daño un tiempo después de lo ocurrido en este cuento. Pero Xiam no sabía nada sobre él, salvo que era capaz de cumplir cualquier deseo. Cuando una persona está enamorada, a menudo desea cosas y toma decisiones sin mirar las consecuencias que vendrán. Y Xiam, así, hizo un trato con el demonio. Le pidió su regalo para Sanae, y el demonio se lo concedió, a cambio de su alma. Xiam, por amor, por descaro, creyendo que sus dioses protegerían su alma del demonio, y que en todo caso, sería al final de su vida cuando debiera entregarla, aceptó el trato. Pero se equivocaba.
Así, regresó Xiam con el regalo para Sanae. Y al mismo día siguiente, cuando Sanae aun dormía y ella rezaba, ocurrió un segundo eclipse que duró largos minutos. Las tribus se reunieron de nuevo, y Sanae despertó en mitad del día, pues éste se oscureció, volviéndose noche, y ambas, Xiam y Sanae pudieron encontrarse por largos minutos y amarse sin reparo.
Primero el sol se fue oscureciendo en el cielo, hasta que se convirtió en una aureola. Fue entonces cuando Sanae y Xiam se reunieron, se abrazaron y se besaron. Adoraron juntas al día y a la noche, unieron sus magias, y dieron gracias al demonio por regalarles eclipse. Pero en el momento en que la oscuridad fue clareando, y el sol asomando de nuevo en el cielo, Sanae sintió que Xiam, entre sus brazos, estaba cambiando… Su piel, tersa y joven, comenzó a endurecer. Sus piernas se hicieron pesadas y le fue imposible caminar. Sus movimientos, hasta ese momento rebosantes de agilidad y ritmo, se enlentecieron, y su rostro se fue apenando. La sonrisa que siempre lucía se fue apagando y en su mirada, a escasa distancia de Sanae, se fue volviendo gris y marchita. ¡Se estaba convirtiendo en piedra! Su cabello, anudado y enredado por los rituales, dejó de ondear al viento, para caer pesado sobre su espalda desnuda. Sus brazos dejaron de moverse, y el abrazo que se daban se convirtió en una postura fingida, un recuerdo de algo que jamás se repetiría. Cuando el sol volvió a lucir en lo alto, iluminando con su magia la Sabana de las tribus Chagna, Xiam era una estatua de piedra, pues su alma ya no le pertenecía, sino al demonio que le había engañado. Y a sus pies yacía la anciana Sanae, a quien la luz del día había cegado primero, y adormilado después.
Al caer la noche, cuando Sanae despertó, encontró a Xiam en aquel estado, y la sacerdotisa de la noche se horrorizo, quedando desconsolada y triste. Ya jamás sería la misma. Dicen que, desde aquello, durante la noche en la sabana se respira la pura tristeza, que cae del cielo nocturno envolviendo a los que no duermen. Y que durante el día, aquellos que le rezan a los dioses, o que invocan a la magia, no logran alcanzar su propósito en último término, pues falta algo que les ayude a invocar la Magia Diurna…
Aquellas estepas una vez fueron selva cubriendo una tierra que ahora se secaba bajo un sol incesante, donde ya sólo habitaban las tribus Chagna. Éstos eran pueblos nómadas que aun seguían los credos antiguos. Creían en el fuego, el viento y el agua, en el tiempo y la vejez, en el día y la noche… No vestían ropas, sólo pieles de animales fieros que aun corrían libres por aquellos parajes, con cuyos colmillos se armaban, combatían, y los daban caza. Se agujereaban la piel, para alojar huesos, piedras o argollas, y se tatuaban todo el cuerpo con símbolos religiosos. Aquellas gentes, nos contó, se reunían en diferentes tribus o clanes, que dominaban ciertos territorios en imperturbable paz. Cada tribu tenía una serie de chamanes, de sabios o sacerdotes, a quienes el pueblo seguía, pues ellos guiaban con la palabra de los dioses, a quienes llamaban en tiempos de necesidad. En eso no se diferenciaban mucho a nosotros, nos insultó. Los dioses Chagna aquí serían paganos y perseguidos, a diferencia de lo que harían ellos con los nuestros.
Nos habló entonces de sus ritos y creencias, de sus invocaciones, de sus llamadas a los dioses y de sus mitos. Y entre tantos nombres, hubo dos que adquirieron especial interés para los oídos de todos cuantos escuchábamos: Sanae y Xiam. Sanae era una de las chamanes más mayores de todas las tribus Chagna, una anciana muy venerada por su sabiduría y por sus logrados consejos. Era la chamán de la noche, la sacerdotisa de la Magia Nocturna, lo que aquí habríamos llamado una verdadera Bruja. Era seguidora de la noche, se comunicaba con los espíritus de la noche y amaba a la luna y las estrellas por igual. Dormía por el día y vivía por la noche, cuando rezaba y hablaba con los dioses de las tribus. Xiam, por el contrario, era una chaman muy joven, pero muy sabia. Era la chamán del día, la Bruja de la Magia Diurna. Adoraba al sol y le rezaba cual dios incandescente en la bóveda del día. Dormía por las noches y sólo vivía durante los días abrasadores de la sabana. Ambas eran incompatibles, pues habitaban reinos diferentes, Sanae habitaba la noche y Xiam el día. Pero una vez ocurrió algo inesperado, algo que conmocionó a las tribus, el mensaje de un dios. En aquel momento el día y la noche se unieron, fueron uno, y las tribus se reunieron para observar el fenómeno, y rezar a los dioses. Durante el día, cuando el sol se elevaba allá en lo alto, su luz cegadora fue menguando hasta desaparecer en una fina aureola, y se hizo la oscuridad. A dicho fenómeno, aquí lo llamamos eclipse de sol.
En aquel instante, durante la reunión de las tribus, Sanae y Xiam se conocieron. El eclipse duró los suficiente como para que ambas entablaran una amistad especial. Desde aquello, las sacerdotisas del día y la noche se hicieron amigas, y se reunieron cada ocaso y cada alba, en los últimos instantes en que una permanecía despierta, y cuando la otra justo acababa de despertar. Durante aquellos instantes, tantos y tantos amaneceres y crepúsculos, las dos intercambiaron conocimientos, experiencias, rituales y secretos. Fue una amistad que se alimentó con el conocimiento de una y la curiosidad de la otra, con las palabras y la brevedad del instante. Entre las dos chamanes nació una amistad que se fue tornando en romance, y de aquella unión surgió un amor entre las dos sacerdotisas que se hizo imposible.
Xiam habitaba el día, y Sanae, la noche. Cada ocaso y cada alba, en esos breves instantes en que el firmamento duda entre la noche y el día, ellas dos se abrazaban, se hablaban y se amaban. Pero aquel romance no podría durar demasiado, pues Sanae, que era la más mayor, no viviría mucho. Y Xiam, que era joven y la veía marcharse en vida, sin poder aprovechar el tiempo debido a sus diversas condiciones, decidió hacerle un regalo a Sanae.
Fue entonces cuando acudió hasta el Gran Volcán, donde por aquel entonces habitaba un demonio que deseaba ser invocado. El trovador bereber no quiso darnos su nombre, pues según dijo, aquel demonio hizo mucho daño un tiempo después de lo ocurrido en este cuento. Pero Xiam no sabía nada sobre él, salvo que era capaz de cumplir cualquier deseo. Cuando una persona está enamorada, a menudo desea cosas y toma decisiones sin mirar las consecuencias que vendrán. Y Xiam, así, hizo un trato con el demonio. Le pidió su regalo para Sanae, y el demonio se lo concedió, a cambio de su alma. Xiam, por amor, por descaro, creyendo que sus dioses protegerían su alma del demonio, y que en todo caso, sería al final de su vida cuando debiera entregarla, aceptó el trato. Pero se equivocaba.
Así, regresó Xiam con el regalo para Sanae. Y al mismo día siguiente, cuando Sanae aun dormía y ella rezaba, ocurrió un segundo eclipse que duró largos minutos. Las tribus se reunieron de nuevo, y Sanae despertó en mitad del día, pues éste se oscureció, volviéndose noche, y ambas, Xiam y Sanae pudieron encontrarse por largos minutos y amarse sin reparo.
Primero el sol se fue oscureciendo en el cielo, hasta que se convirtió en una aureola. Fue entonces cuando Sanae y Xiam se reunieron, se abrazaron y se besaron. Adoraron juntas al día y a la noche, unieron sus magias, y dieron gracias al demonio por regalarles eclipse. Pero en el momento en que la oscuridad fue clareando, y el sol asomando de nuevo en el cielo, Sanae sintió que Xiam, entre sus brazos, estaba cambiando… Su piel, tersa y joven, comenzó a endurecer. Sus piernas se hicieron pesadas y le fue imposible caminar. Sus movimientos, hasta ese momento rebosantes de agilidad y ritmo, se enlentecieron, y su rostro se fue apenando. La sonrisa que siempre lucía se fue apagando y en su mirada, a escasa distancia de Sanae, se fue volviendo gris y marchita. ¡Se estaba convirtiendo en piedra! Su cabello, anudado y enredado por los rituales, dejó de ondear al viento, para caer pesado sobre su espalda desnuda. Sus brazos dejaron de moverse, y el abrazo que se daban se convirtió en una postura fingida, un recuerdo de algo que jamás se repetiría. Cuando el sol volvió a lucir en lo alto, iluminando con su magia la Sabana de las tribus Chagna, Xiam era una estatua de piedra, pues su alma ya no le pertenecía, sino al demonio que le había engañado. Y a sus pies yacía la anciana Sanae, a quien la luz del día había cegado primero, y adormilado después.
Al caer la noche, cuando Sanae despertó, encontró a Xiam en aquel estado, y la sacerdotisa de la noche se horrorizo, quedando desconsolada y triste. Ya jamás sería la misma. Dicen que, desde aquello, durante la noche en la sabana se respira la pura tristeza, que cae del cielo nocturno envolviendo a los que no duermen. Y que durante el día, aquellos que le rezan a los dioses, o que invocan a la magia, no logran alcanzar su propósito en último término, pues falta algo que les ayude a invocar la Magia Diurna…
2 comentarios:
Vaya lio "se no ha/nos han" montado con la gripe... El bombardeo en los telediarios no hace más que alimentar el pánico ciudadano, el alarmismo social... Esperemos que no sea para tanto, finalmente.
Gracias por participar! Se nota que andamos en agosto y la cosa anda un poco escasa de personal.
Besukos del cantábrico!
Señor Darka, muy bueno el relato del viejo bereber. El desierto siempre es cuna de buenas y misteriosas leyendas y tu, como habiendo rebuscado entre las dunas de tu imaginación, has encontrado otra muy interesante.
¡Te felicito crack!
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