La gran ola
En ese momento se abrió la puerta del camarote, y Loas de Dálmatos entró completamente empapado.
―Capitana, tiene que
ver esto.
Cuando se dio cuenta,
la silla y el biombo se corrieron hacia proa, deteniéndose en la pared, pues el
galeón volvía a inclinarse.
Issora se puso de pie.
―Quédate aquí ―le
ordenó a la elfa. Entonces echó a correr tras el alférez. Llegaron a cubierta
cuando la nave ya se inclinaba sobre el eje horizontal unos sesenta grados, así
que debió agarrarse a los pilares de la regala del castillo de popa. Fue hasta
la escalera y subió hasta allí, agarrándose a los cabos de refuerzo de la
contramesana, y lo que vio no tuvo igual. Una inmensa ola crecía a popa,
llevándose la nave. A gran altura, el Dos de Espadas la navegaba como podía,
remontando su cúspide. Éste ya estaba en posición vertical, y ellos los
seguían. La Rosa continuó inclinándose, y ella se cayó a los pies de la regala.
Mientras la popa iba subiendo, todos debieron agarrarse a algo, dos de los
marineros que estaban allí se aferraron a la contramesana, pero el tercero se
fue para abajo, cayendo por las escaleras y perdiéndose en cubierta. Se
escucharon gritos entre la lluvia. El viento había cesado, como si la inmensa
ola los estuviera resguardando, pero su amenaza era tal, que nadie se dio
cuenta. Loas de Dálmatos estaba colgado de los barrotes de la regala, justo
donde estaba Issora. Todo su peso recaía sobre la estructura de madera, pues la
gravedad ya no obedecía al orden natural, dada la posición del galeón.
―Capitana ―dijo el
alférez. Estaba colgando completamente, pateando el suelo del alcázar―, no sé
si saldremos de esta.
―Saldremos ―sentenció
ella―. Suba aquí, alférez.
Éste sonrió. Apenas
podría ver algo, y ahí tendido esbozó una expresión irónica. Entonces,
colgando, pasó al siguiente pilar de la regala, después al siguiente y avanzó
hasta la escalera. La nave seguía remontando la ola. Issora trataba de ayudar
al alférez, agarrándolo fuertemente los brazos a través de la regala, cuando
echó un vistazo a popa. El Dos estaba alcanzando la cúspide de aquella cosa que
simulaba ser una ola. Loas se impulsó y saltó a la regala que subía por la
escalera. Trepó por ella hasta ascender y quedar tendido con Issora en el
castillo de popa.
―Capitana ―dijo con
desdén.
―Alférez ―sonrió ella.
La Rosa estaba
completamente vertical, allá abajo se veía a todos agarrados a algo, colgando
de mástiles o de cuerdas. Más de uno se había ido al agua. Ahora uno de los dos
marineros que estaban allí se aferraban a la regala de estribor. Miraba a la
capitana muerto de miedo.
Ella se giró y miró
hacia abajo.
―¡Maestre! ―gritó.
―¡Capitana! ―se escuchó
de algún lado.
―¡Saldremos de ésta,
maestre!
―¡Sí, capitana!
―respondió Therco.
―¡¿Me han escuchado?!
¡La Rosa sobrevivirá a esta ola!
No se escuchó ninguna
respuesta. Miró al alférez mientras ascendían. Aquella ola era inmensa, parecía
que la escena se hubiera congelado, aunque la lluvia les caía en la cara.
―Capitana ―dijo Loas de
Dálmatos. Ella lo miró―, admiro su convicción. Es un honor haber servido bajo
su mando.
―Alférez, no quiero
volver a oírle decir eso. ¿Me ha entendido?
Él sonrió.
―¿Lo ve, capitana?
Siempre he admirado su convicción.
―Saldremos de esta.
―Issora no podía dejar de repetir eso. Lo dijo un par de veces más, hasta que
Loas la cogió de la chaqueta, colocándosela enfrente. Muy cerca.
―Capitana, sabe que
siempre he deseado un beso suyo, y no me iré al fondo del mar sin él.
―Alférez, compórtese.
Él la seguía agarrando
desde tan cerca, con la nave ascendiendo aquella ola inmensa, cuando sonrió de
aquella manera irónica otra vez, justo antes de intentar besarla. Pero Issora,
antes de dejarle hacerlo, le dio un empujón apartándose.
―¡Loas! Sabe
perfectamente que eso no va a pasar con un miembro de esta tripulación.
El alférez se quedó
perplejo, asomando una pizca de ira en su expresión.
―De esta… ―sus palabras
salieron con rencor, y no le importó. Era joven aún, de buen ver y con buen
rango, pero ella se lo estaba dejando claro. No iba a pasar. No dijo una
palabra más, se aproximó a la escalera y trató de bajar al alcázar, pero
aquello era difícil, la nave se inclinaba verticalmente sobre el nivel del mar,
amenazando con llegar a la cresta escarpada. Issora trató de detenerlo, pues no
era tarea fácil. Loas de Dálmatos, se soltó el brazo que ella le agarraba, y
con el tirón que dio, se balanceó hacia un lado, sin poder agarrarse a nada.
Entonces cayó por la escalera. Issora lo vio a través de los pilares de la
regala del alcázar, precipitándose al vacío.
La gran ola (capítulo XII)
Hola!
La Rosa de los Vientos ya está corregida, lista para ser editada. Estoy preparando el envío editorial, espero pronto informaros más. De momento os dejo este pedacito para abrir boca!
Hasta la próxima!
Chris.
Chris.
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