Se levantó, y se acercó a la estatua. Se acercó tanto que sintió como se invadían el espacio personal el uno al otro. Se le aceleró el pulso, creyendo que él podía sentir esa cercanía, ese momento. Pero dudó de que fuese así. Le rozó la cara, y sintió la piedra fría y empapada, y se acercó más, y más, hasta quedar frente a él. Su ojos de piedra parecían mirar más allá, tras ella, a una fiera enorme y peligrosa, pero no le importó y se aproximó más. Entonces, sin besarle, abrazó aquella estatua con todas su fuerzas, pero ella no le devolvió el abrazo, sino que se limitó a permanecer en su posición de ataque, bien alerta, en la eterna espera de la bestia.
Entonces a Lyda se le ocurrió que había una forma de acercarse más aun a él. De cruzar esa frontera de piedra que les separaba, de encontrar el último ápice de consciencia que quedara en la estatua. Si aquella piedra albergaba alguna vida aun, ella la encontraría, y la cuidaría. Pensó en el hechizo que su amiga Onírica, la bruja de la Magia Onírica le enseñó. Juntas habían logrado convertirse en el sueño de otra persona. Era algo muy complicado, y que jamás había logrado ella sola. Las dos, Onírica y Lyda, uniendo sus magias, habían logrado convertirse juntas en el sueño de otra persona, de manera que se introducían en él y lograban jugar con su sueños. Pensó que si aún quedaba algo de Dristan en aquella estatua, esa era la forma de encontrarlo, de comunicarse con él, de acercarse a él...
Lyda se concentró en recordar el hechizo. Sabía las palabras que Onírica decía, conocía su significado y sabía cuál era su parte en el conjuro. Pensó en Onírica, la pobre Onírica, ahí tendida bajo la columna caída de su Palacio de los Sueños... Pero luchó por mantenerse serena, por recordar sólo a Onírica y al hechizo. Abrazó a la estatua tan fuerte como pudo. Recitó las palabras de Onírica y las suyas, entrelazó cada vocal y cada letra para lograr recitarlas simultáneamente. Apretó con más fuerza la estatua. Vio la cara de Onírica. Se vio a sí misma volando hasta ese lugar. Vio la estatua desde el aire. Hizo más fuerza contra el cuerpo de piedra. Repitió las palabras, una y otra vez. Cada vez más rápido. Onírica. Dristan. El hechizo. La estatua. El dragón. La voz... Y entonces, como si todo un torbellino de ideas hubiera dejado de girar en su cabeza, sintió el olor de la magia flotar alrededor. Recordó el color que el aire tomaba cuando la Magia Onírica surtía efecto. Y ese violáceo nubló todo alrededor, hasta que Lyda no pudo ver nada. Sólo sentía la estatua contra sí. La piedra fría y húmeda. Y creyó sentir que ella también la abrazaba...
Cuando volvió en sí, ya no estaba allí. Estaba en cualquier otro lugar, y no era Lyda, sino un hada diminuta y pelirroja, que revoloteaba danzando sobre un páramo verde, cubierto de un pasto reluciente. Se trataba de un hermoso valle entre montañas, por el que corría un riachuelo de aguas cristalinas. Éste descendía por un sendero natural como producto del deshielo, y se perdía hacia el sur. Aquellas montañas eran muy diferentes a cualquiera que hubiera visto Lyda en su vida. Hacia el noroeste, sobre las cimas más altas, parecía que el cielo se tornaba en atardecer repentino, mientras que hacia el sureste, el día lucía radiante, como en las primeras horas de la mañana. Aquél espectáculo fue digno de un bonito sueño, y Lyda se preguntó cómo alguien podía imaginar un atardecer a medio día, tras aquellas altísimas montañas... El azul brillante se iba anaranjando sobre las montañas al noroeste, para oscurecer por completo tras éstas... Era algo increíble, y precioso. No supo si era su imaginación la que componía el sueño, o si sería la de Dristan, tratando de evadirse de su eterno letargo... Entonces cayó en la cuenta de que Dristan estaba allá abajo, en el suelo, tomando el sol sobre el pasto, tumbado boca arriba.
No muy lejos pastaban unos animales de grandes proporciones, con manchas blancas y negras, y grandes cuernos en la cabeza. Y al otro lado del río, en la vertiente occidental, crecían miles y miles de flores rojas, que cubrían gran parte de la pradera. Más allá, las montañas volvían a nacer, elevándose hacia donde el día lucía azul y maravilloso. No había una sola nube. Un lugar idílico, digno de un bonito sueño.
Entonces a Lyda se le ocurrió que había una forma de acercarse más aun a él. De cruzar esa frontera de piedra que les separaba, de encontrar el último ápice de consciencia que quedara en la estatua. Si aquella piedra albergaba alguna vida aun, ella la encontraría, y la cuidaría. Pensó en el hechizo que su amiga Onírica, la bruja de la Magia Onírica le enseñó. Juntas habían logrado convertirse en el sueño de otra persona. Era algo muy complicado, y que jamás había logrado ella sola. Las dos, Onírica y Lyda, uniendo sus magias, habían logrado convertirse juntas en el sueño de otra persona, de manera que se introducían en él y lograban jugar con su sueños. Pensó que si aún quedaba algo de Dristan en aquella estatua, esa era la forma de encontrarlo, de comunicarse con él, de acercarse a él...
Lyda se concentró en recordar el hechizo. Sabía las palabras que Onírica decía, conocía su significado y sabía cuál era su parte en el conjuro. Pensó en Onírica, la pobre Onírica, ahí tendida bajo la columna caída de su Palacio de los Sueños... Pero luchó por mantenerse serena, por recordar sólo a Onírica y al hechizo. Abrazó a la estatua tan fuerte como pudo. Recitó las palabras de Onírica y las suyas, entrelazó cada vocal y cada letra para lograr recitarlas simultáneamente. Apretó con más fuerza la estatua. Vio la cara de Onírica. Se vio a sí misma volando hasta ese lugar. Vio la estatua desde el aire. Hizo más fuerza contra el cuerpo de piedra. Repitió las palabras, una y otra vez. Cada vez más rápido. Onírica. Dristan. El hechizo. La estatua. El dragón. La voz... Y entonces, como si todo un torbellino de ideas hubiera dejado de girar en su cabeza, sintió el olor de la magia flotar alrededor. Recordó el color que el aire tomaba cuando la Magia Onírica surtía efecto. Y ese violáceo nubló todo alrededor, hasta que Lyda no pudo ver nada. Sólo sentía la estatua contra sí. La piedra fría y húmeda. Y creyó sentir que ella también la abrazaba...
Cuando volvió en sí, ya no estaba allí. Estaba en cualquier otro lugar, y no era Lyda, sino un hada diminuta y pelirroja, que revoloteaba danzando sobre un páramo verde, cubierto de un pasto reluciente. Se trataba de un hermoso valle entre montañas, por el que corría un riachuelo de aguas cristalinas. Éste descendía por un sendero natural como producto del deshielo, y se perdía hacia el sur. Aquellas montañas eran muy diferentes a cualquiera que hubiera visto Lyda en su vida. Hacia el noroeste, sobre las cimas más altas, parecía que el cielo se tornaba en atardecer repentino, mientras que hacia el sureste, el día lucía radiante, como en las primeras horas de la mañana. Aquél espectáculo fue digno de un bonito sueño, y Lyda se preguntó cómo alguien podía imaginar un atardecer a medio día, tras aquellas altísimas montañas... El azul brillante se iba anaranjando sobre las montañas al noroeste, para oscurecer por completo tras éstas... Era algo increíble, y precioso. No supo si era su imaginación la que componía el sueño, o si sería la de Dristan, tratando de evadirse de su eterno letargo... Entonces cayó en la cuenta de que Dristan estaba allá abajo, en el suelo, tomando el sol sobre el pasto, tumbado boca arriba.
No muy lejos pastaban unos animales de grandes proporciones, con manchas blancas y negras, y grandes cuernos en la cabeza. Y al otro lado del río, en la vertiente occidental, crecían miles y miles de flores rojas, que cubrían gran parte de la pradera. Más allá, las montañas volvían a nacer, elevándose hacia donde el día lucía azul y maravilloso. No había una sola nube. Un lugar idílico, digno de un bonito sueño.
(...)
El Sueño de la Estatua
Lyda de Lis. Historia de una estatua de piedra
www.modt.net
Lyda de Lis. Historia de una estatua de piedra
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2 comentarios:
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Bonito sueño, si.
Hola Cris,
Quedó genial el video, confieso que no tengo la menor idea de jugar a Warhammer pero me entraron ganas de probar:) ¿la historia es tuya, inventada? es muy buena.
La historia de la estátua tb me encantó, escribes genial, un abrazo
Por cierto, os debo un helado (se lo dijé a Alex, pero se puede transformar en una birra en Lorien si queréis, ya nos diremos cosas
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