Teether, el gnomo amigo de U, tropezó con una enorme caracola y cayó de bruces sobre la arena, y el tiesto que iba cargando a todos lados rodó amenazando desprender sus flores sobre la arena de la playa. Aquellos días las hojas de la planta crecían en un tono oscurecido, estaban resecas, aunque sus tallos aun eran verdes y firmes. Las flores, además, las dos que había, que una vez fueron blancas y hermosas, ahora estaban marrones, mustias. Sus pétalos, que una vez fueron bellos y relucientes, hoy cubrían el tremendo pistilo amarillo sin fuerza, a punto de caer muertos. A pesar de ello, aun estaban perfumadas, y si te acercabas, llegabas a oler aquel aroma tan delicioso que solo esas dos flores tenían en el mundo…
Teether quedó ahí tirado unos instantes, agradeciendo que la planta no saliera de su tiesto improvisado, por miedo a que muriera, o a que ella misma decidiera plantarse allí, en aquella playa donde no tendría alimento alguno, salvo el salado traído por el mar… Pero entonces echó a correr y la recogió, y la abrazó con cuidado de no romper ni una sola de sus hojas, o de que cayeran sus pétalos mustios. Y se acordó de U, sintió ese vínculo que la planta tenía con la sirada, y supo que ella estaba triste, en alguna parte.
Recordó cuando U le contó que aquella planta, la única en su especie, había nacido de una pequeña semilla caída de su árbol consciente, en su oasis de sueño, junto a su estanque precioso. Según le dijo el árbol consciente a la sirada, la planta que naciera de aquella semilla sería especial, diferente a las demás. U y ella siempre estarían unidas. Si U estaba alegre, la planta crecería hermosa, brillante y llena de vigor. Pero si ella estaba triste, la planta iría perdiendo su fuerza y su belleza, poco a poco iría escapándosele la vida… El árbol consciente, además, advirtió a U de algo muy importante, si una de las dos moría, la otra también lo haría. Pero le dijo que no se preocupara, que mientras ella viviera feliz, y sonriera todo el tiempo con esos labios tan bonitos, la planta que naciera de aquella semilla sería hermosa y estaría llena de vida. No necesitaba alimento alguno, además de la alegría de U…
Pero en ese momento, en que Teether buscaba a U, a su sirada amada, a su amiga inseparable, la planta lloraba y se marchitaba. Poco a poco se estaba muriendo. Y eso sólo podía significa una cosa. Allá donde estuviera U, estaba triste, y lloraba. Y así pronto la planta moriría, y entonces lo haría también la sirada. Y de la misma manera, moriría el mismo pobre Teether, quien amaba a U sobre cualquier cosa en aquel recóndito mundo imaginado…
1 comentarios:
Qué amor por una planta, muy tierna la sincronía de dos especies, como si fuese una simbiosis espiritual. Sigue así crack.
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