- Me lo dirás… Oh, créeme que me lo dirás antes de que acabe contigo. ¿Has conocido el dolor niña? ¿Sabes cómo se resiente el cuerpo humano cuando le corre el millar de energías que descarga un rayo? La piel se marchita como papel, y se consume el alma con el fuego de los avernos… Pero tú ya sabes de eso, ¿no? Dime, ¿Has hecho un trato con él? ¿Has caído en tal error? Te veo así de estúpida…
- No sabes de qué hablas.
- ¡Tú no lo sabes, niña! ¿Qué sabrás tú de los avernos, o del hambre de los demonios…?- Ambas permanecieron en silencio unos instantes, una escrutando a la otra, tratando de intuir más allá de la que cada una decía. La tormenta pareció incrementarse, los rayos azulados caían por todos lados. Tremendas explosiones estallaban en la arena o en el Río de los Faraones al tomar contacto con la energía de la tempestad.- Dime, Lyda, Señora de la Magia Mutable. ¿Dónde está el Lunariu? ¿Dónde lo has escondido?
- Jamás lo sabrás.
Entonces la Dama Negra sonrió para sí. Retirándose unos metros hacia atrás, dejando a Lyda ahí tirada.- Si desperté tu curiosidad, ahora sabrás lo que se siente…- Y elevó su báculo al cielo, y la piedra que tenía se iluminó en toda su negrura, y de ella brotó un haz de luz que se proyectó sobre la tormenta. Y así, un gran rayó cayó hacia la pirámide, yendo a parar justo sobre Lyda.
Nunca antes sintió un dolor tan horrible. Sus extremidades se estiraron, y su cabello se erizó, y con aquel tono rojizo pareció arder en llamas. Cuando logró respirar, aturdida, sólo pudo aspirar ese aroma a quemado, a piel y bello abrasados y tela chamuscada. Entonces lanzó un segundo hipo con el que casi se ahoga, y la sola idea de lo que se avecinaba cruzó su mente como un segundo horror que la heló por completo.
- Habla, niña. Dime dónde lo dejaste…
- Nunca…
Pero la Dama Negra no se daría por vencida. Apuntó con su bastón a Lyda, y habló con palabras inaudibles, y de nuevo la piedra negra se iluminó. Entonces Lyda sintió un mareo, seguido de un cansancio mental que nunca había experimentado. Millones de preguntas le acosaron, y algunas hasta hallaron respuesta, y comenzó a gritar de pánico.
La bruja elfa sonrío de nuevo, y su belleza maligna se acentúo en la noche, justo para torcerse en un miedo desconsiderado…- No… Se lo diste a él… ¿Cómo has sido capaz?- Y fue a golpearle con báculo descargando toda su ira, con la intención explícita de acabar con ella. Pero entonces algo se interpuso en el golpe, y Lyda vio sobre sí una nueva figura en la escena. Era una elfa que vestía de blanco, con una capa azul oscuro y el cabello suelto. Éste bailaba con la tempestad, en un tono azulado que emulaba a los rayos que caían por doquier. Lendaia, la bruja de pelo azul que Lyda andaba buscando, ni la miraba sobre su cabeza. Había parado el golpe de la Dama Negra con su espada, un filo muy hermoso de plata que sostenía con una sola mano y gran estilo.
Entonces Lyda, desde el suelo sintió unos nervios incontrolables que duraron el instante previo a la sensación de hipo. Y cuando lo soltó, llevándose la mano a la boca, aquella escena, que parecía congelada bajo la tormenta, terminó. Todo comenzó a temblar, y algunas piedras de la pirámide comenzaron a desmoronarse. Lendaia y la Dama Negra casi pierden el equilibrio, pero ambas se mantuvieron aguantando el golpe de la otra. Y Lyda, su cuerpo joven y esbelto, se fue convirtiendo en un monstruo horrible.
Toda su columna se fue agrandando, y de cada vertebra nacieron diferentes cuernos. Su piel se oscureció, volviéndose verdosa, y toda ella creció y creció, de forma que las dos elfas enfrentadas debieron retirarse. Lyda alcanzó a ver a Lendaia caer a un escalón más bajo, sobre un gran bloque que se desprendió con su aterrizaje, obligándola a saltar a otro. La Dama Negra permaneció en su sitio, retrocediendo, y Lyda siguió creciendo y creciendo en aquella forma horrenda. Sus brazos y piernas se ensancharon con músculos que no existían antes, y su piel se recubrió de escamas. Su cabello se perdió, volándose con la tormenta y desapareciendo en el aire, y su cabeza se convirtió en el busto de un reptil gigante. Y entre tanto horror, Lyda sólo fue consciente de sí misma, de la tormenta y la pirámide, pero había perdido de vista todo lo demás, y justo cuando sentía enfurecerse cada célula del cuerpo y sentir un ansia sin medida, perdió la razón, cayendo en una oscuridad que le nubló todo…
(. . .)
Este es el capítulo décimo octavo del cuento de Lyda de Lis.
¡Sólo quedan cinco para terminarlo!
Para leerlo entero, consúltese el siguiente enlace:
2 comentarios:
Esa es mi chica! Sacando el carácter!...
Me gusta lo de:
"...y su cabeza se convirtió en el busto de un reptil gigante. Y entre tanto horror, Lyda sólo fue consciente de sí misma, de la tormenta y la pirámide, pero había perdido de vista todo lo demás, y justo cuando sentía enfurecerse cada célula del cuerpo y sentir un ansia sin medida, perdió la razón, cayendo en una oscuridad que le nubló todo..."
Sip, me gusta, me gusta...
Saludotes!
¡Trepidante!Está muy animada la cosa, si señor. Muy bien descrita esa ansiedad en el ambiente, ese choque de fuerzas. ¡Queremos más!
Un abrazo crack.
Publicar un comentario