vengo a contaros que ya he terminado el Palacio de las Cigüeñas, que está en estado de revisión. A ver si pronto puedo enseñaros más. Ésta es una de las Crónicas de la Guerra de los Mil Años, en que se narra la conquista de los pridonios sobre la ciudad elfa de Utha, en -57, que hasta ese momento protegía la Marca de Utha, al sur de la Península de Ëslinor.
Casi cien años después, en el año 52, las bestias llegarían a la Ciudad-Estado de Aluadinia, para conquistarla, momento en el cual se narraría la Crónica que estoy comenzando, y en la que llevo pensando un par de meses. Se va a titular El Creador de Mundos.
En este cuento aparecen muchos personajes relevantres de esta historia, y de todo Mi Mundo, como es Ulara, la Llorona, uno de los Demonios Resentidos que mucho después lucharían en la Guerra de la Roca. Además, aparecería el Ladrón de Almas, quien acaudilla a todas las bestias que han invadido el Viejo Mundo en masa. Y además, aparecerá Odín, de la que se habla también en La Torre, la Crónica que se desarrolla en -397.
Creo que va a ser un buen relato... ¡Mes está gustando mucho!
Os dejo el comienzo de esta Crónica, para ver qué os parece, va?
EL CREADOR DE MUNDOS
La muchacha salió cerrando tras de sí con fuerza, y el portazo resonó en todo el callejón. Apresurada, cerró con llave, y como desfallecida, cayó contra la puerta de espaldas, para llegar hasta el suelo de rodillas. Estaba llorando, y tenía sonrojada su piel llena de pequitas. Su pelo lacio caía cubriéndole el rostro, y con las manos se lo acariciaba como tranquilizándose, como si acabara de terminar algo horrible, y tratara de relajarse. Entonces se dio cuenta de que estaba lloviendo, y regresó a la realidad. Estaba en un callejón que no había visto en su vida, de una gran ciudad. Aquello tenía que ser Aluadinia... Se limpió los mocos con la manga del vestido, y se levantó a duras penas. Entonces alguien abrió la puerta a su espalda, y ella se cayó al suelo.
- ¿Qué es esto? Niña, ¿intentabas forzar mi cerradura?- Era un viejo calvo y con la barba rasurada, que empezó a atizarle con el bastón, entre algún puntapié sin fuerza. Ella rodó para quitárselo de encima, y salió corriendo callejón abajo.
Las casas se apiñaban unas con otras, en un desorden que no comprendía, pero que tenía sentido. Giró el callejón, ya a salvo, y se refugió de la lluvia bajo un toldo. Allí quedó acurrucada otra vez, llorando, completamente desconsolada. Sus lágrimas se mezclaban con las de la lluvia, pero al llegar a sus labios se hacían presentes con ese sabor salado... Miró frente a sí, y vio que justo el muro que tenía delante, era el de un enorme castillo. Más allá, el callejón terminaba en las altas murallas de la ciudad, y al otro lado, la isla donde se levantaba Aluadinia.
Aquella ciudad era una de las más antiguas de todo el Viejo Mundo. Hasta hacía poco, había sido habitada por los aches, una de las razas de los hombres, pero unos setentaicinco años atrás los gonotes habían llegado a estas tierras, en un éxodo obligado, pues huían de las bestias. Ella conocía bien aquella historia. Cuando los gonotes llegaron hasta esta región del Viejo Mundo, ocuparon el bosque, y los aches les permitieron vivir en la ciudad, como refugiados. Una generación se había sucedido, y la ciudad ya estaba muy poblada, había crecido mucho en las últimas décadas. Ahora, tras los muros de la ciudad los hombres habían levantado muchas casas, graneros, establos o molinos, y poblaban aquella isla. Ésta se hallaba en el lugar donde del Ethir Aluadin, o Río Largo, nacía el Bringidamo. El río, con su poderosa fuerza, había moldeado aquella zona rocosa, hallando la forma de atravesarla. Y así se había formado la isla, que se elevaba en su centro, justo donde se erguía el castillo, rodeado de la muralla. Donde estaba ella en aquel momento.
Continuó llorando, sin poder parar, muy apenada, entonces se levantó y comenzó a caminar sin rumbo. Recorrió de vuelta el callejón, y giró varias esquinas sin saber a dónde iba. Ella no quería estar ahí, y al pensarlo, se detuvo, estallando en sollozos. Entonces un niño que corría cerca, se paró a su lado. Ambos estaban completamente empapados, pues la lluvia caía más fuerte.
- ¿Estás bien?- Le preguntó.
Pero ella, en cuanto se percató de su presencia, salió corriendo, cruzándose con él, calle arriba. Subió hasta lo más alto de la colina que coronaba la isla, y de pronto se vio en una gran plaza. A un lado le quedaba el castillo, que se elevaba hermoso, en un tono blanco que terminaba en torreones azules. Los edificios se apiñaban rodeando el castillo, y justo en el centro, había una estructura de piedra circular. Eran tremendos bloques de roca, de dos veces su tamaño, colocados de forma que los de la base, hacía de columnas para soportar a los superiores, que se unían en aquel círculo hermoso. Bajo la estructura, y a diferencia del resto de la ciudad, que estaba adoquinada, había un jardín muy bello, con rosales de todos los colores. Estaba sola en la plaza, salvo por unos guardias en la puerta del gran castillo. Aquella fortaleza sólo podía ser digna de los elfos, pensó ella, y eso la apenó aun más...
Caminó despacio bajo la lluvia hasta una esquina de la plaza, y se acurrucó bajo un tejado. Ya caía la tarde, y pronto llegaría la noche, donde ella se encontraba mucho más a gusto. Continuó llorando, y lloró y lloró desconsolada, sin saber qué iba a hacer ahora. Entonces la lluvia fue amainando, y la noche llegando. Así, la Llorona se quedó profundamente dormida en una esquina de la plaza de la Ciudad-Estado de Aluadinia...
Continuará...
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