La última imagen que quedó plasmada en su retina fue la de su asesino. Él hasta se vio ahí reflejado sobre ese azul intenso, mientras el cuerpo caía al suelo. Todo sucedió como a cámara lenta, como en esas películas extraídas de cómic en que se juega con el tiempo y la realidad. Él calló al suelo, y aun alcanzó a retorcerse, un último espasmo de vida...
Entonces el asesino se detuvo en seco.
A su alrededor, la encarnizada lucha. Miró lentamente, sabiendo que no tenía enemigos a menos de unos cinco o seis pasos. Todos luchaban a muerte, el sonido era desolador, el chocar del acero, los gritos, de guerra y de dolor... Nada más, aquel era el sonido de la batalla en medio del silencio del campo, el sonido de la muerte. A él le estaban rodeando, el círculo se abría por un hueco, entre dos compañeros que peleaban. Y se estaban acercando.
Se quitó la capucha negra de lino, que recayó sobre la coraza a su espalda. Miró enredador, a cada uno de ellos, comenzando desde su única escapatoria, hasta el último de ellos, y entonces se lanzó. Corrió veloz con ambos cuchillos en sus manos, moviéndose ágil en el campo de batalla. Ellos se acercaron, cerrando aun más el cerco, pero él llegó antes. A escasos centímetros se agachó, rodando a la izquierda, y clavándole uno de esos afilados cuchillos en la garganta a uno, que murió al acto. Los de los lados se abalanzaron, pero él, diestro, le arrebató la vida a otro, con la mano que tenía libre. Un tajo certero donde hacía falta, y uno menos.
Ahí se vio libre.
Corrió, escapando del que quedaba, y huyó del cerco, con todos a sus espaldas. Se abalanzó sobre uno de los que luchaban con sus compañeros, rebanándole el cuello. Le tomó por la frente, tras rodar por su espalda, y se lo corto limpiamente. Y siguió corriendo...
Corrió y corrió hacia el centro de la batalla, donde el gran contingente de soldados luchaba por su vida. Caían en número, y perdían la posición, pero él llegaba a ayudarlos. Allí estaba, en el centro, en medio de todo el barullo, el comandante enemigo. Podía verle incluso desde donde estaba, corriendo hacia ellos. Allí el sonido de la lucha se intensificaba, aunque ahora había más gritos de dolor que de guerra...
Alcanzó a los primeros guerreros, que se mataban los unos a los otros, y los fue sorteado hacia él. Su próxima víctima. Moriría bajo su cuchillo. En su camino se interpuso alguno, pero él los superó rápida y limpiamente. Un corte aquí, un tajo allí, y continuó su camino hacia él.
Lo tenía delante, sobre la colina, y luchaba con cuatro de sus compañeros. Era diestro, con su larga alabarda, golpeando rápido, saltando y matando. Su capa negra giraba alrededor, como el vestido de una bailarina al son de una música violenta... Un, dos, tres cayeron al suelo, y cuando el asesino llegó frente a él aun quedaba un compañero.
La batalla terminaba. Aun se oía la lucha, el sonido de la batalla, pero poco a poco se había ido ahogando por el sonido amortiguado de la lluvia al caer sobre el pasto. El asesino ni siquiera se había dado cuenta, hasta que se detuvo frente a los dos hombres. El comandante enemigo estaba muy quieto, al verlo llegar, y el compañero aprovechó el momento para tomarse un respiro. Cogió aliento, y en lugar de lanzarse al ataque, habló.
- No te atrevas a entrometerte. Él es mío.- Habló pero sin dejar de mirar fijamente al comandante enemigo, aunque sus palabras fueron dirigidas al asesino, que acababa de llegar.
El comandante enemigo, más alto que cualquiera de los dos, sonrío bajo su yelmo negro. En ese momento, sin dudarlo, lanzó su alabarda hacia el compañero, que sin esperarlo, a la par que tomaba aire del susto, se le clavó en el pecho, abriendo su armadura y su cuerpo. Cayó muerto de espaldas, produciendo un sonido sordo contra el pasto mojado.
El comandante enemigo caminó muy despacio hasta el cuerpo, y arrancó su alabarda de su pecho. Se apoyó sobre ella con desdén, y le habló al asesino.
- Ya estoy contigo.- Le dijo.
- No saldrás de esta. Lo sabes.- Contestó el asesino mientras se colocaba la capucha. El comandante enemigo era mucho más alto y fuerte, su armadura era tan ancha, que casi habrían cabido dos asesinos ahí dentro. Ante la ofensa, el tremendo comandante sonrió de nuevo, aunque evitó carcajearse. Conocía la fama de ese asesino... El desafío sería interesante...
- Una regla.-Añadió el asesino.- A un solo golpe.
El tremendo guerrero asintió bajo la lluvia.- A un solo golpe.
La escena transcurrió muy despacio, ninguno se movió al principio, aunque no dijeron nada. Todo estaba quieto, como esperando el tópico del relámpago en el horizonte. Y aunque la tormenta que comenzaba a formarse parecía que dejaría caer alguno, no ocurrió. Habiendo estado mirándose fijamente todo ese tiempo, y hartos de esperar, los dos se lanzaron a pelear. Corrieron el uno a por el otro, tan rápido, que los que miraban el acontecimiento no vieron sus movimientos. El enorme comandante lanzó su alabarda hacia su enemigo, antes de ser alcanzado, pero erró el tiro, y ésta se clavó a los pies del asesino, que saltó para esquivarla. Entonces, el comandante desenfundó una espada que llevaba al cinto, a su espalda. Y se encontraron.
Sólo uno de los dos llegó a golpear al otro. A gran velocidad chocaron, la espada del comandante quedó sobre el asesino, quien rodó entre sus piernas, quedando detrás de su gran enemigo. Pero el comandante, ágil, agarró la alabarda arrancándola del suelo, mientras giraba sobre sí mismo, separándose del asesino. Y así, con la velocidad del giro, la alabarda fue a clavarse, directamente, sobre la espalda del asesino, quebrando su armadura.
El asesino cayó al suelo y todo quedó quieto otra vez. La lluvia volvía a sentirse y todo seguía sucediéndose a su alrededor. El tremendo guerrero, que casi se cae al asestar el golpe, dio unos pasos tropezando hasta el cuerpo del asesino, en el suelo. Se agachó, de rodillas, y se llevó la mano a la entrepierna. Fue entonces cuando sintió el dolor. Con los dedos tocó el corte en la armadura, por donde habría entrado el cuchillo, y sintió la sangre caliente correr por su pierna.
Miró al asesino, que aun vivía. Respiraba muy deprisa, sabiendo que la vida se le iba, y habló antes de perder la oportunidad.- Has necesitado un segundo golpe...
El asesino murió, y la última imagen que quedó plasmada en su retina fue la de aquel tremendo guerrero, el comandante enemigo, cuyo cuerpo cayó a su lado, sin vida, unos instantes después.
Darka Treake
Ésta ha sido mi frase en el Cuentacuentos. Muchas gracias SdH!!
Espero que os haya gustado, aunque no estoy muy convencido... Pero bueno.
Un saludo a todos los contadores de cuentos!!