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31 de marzo de 2013

La Dama de Hierro

Estos días he estado en Lanzarote y La Graciosa, islas de volcanes, evocadoras, mágicas... de playas de sueño y noches estrelladas. No ha podido ser una semana santa mejor.
Y entre los grandiosos momentos, he pensado mucho en este personaje: la Dama de Hierro. Ahora sé mucho sobre ella, y su alter ego, del que pronto os hablaré. De momento os enseño una de sus caras, de la que se habla en El Abismo, una de las Crónicas de la Guerra de los Mil Años, cuento en que ando trabajando actualmente.

Os dejo estos fragmentos sueltos a la espera de poder mostraros más:

"Al cabo de un rato, llegaron a un punto en que las paredes de ambos acantilados estaban hechas de puro metal. Era como si aquellos altos muros, así como el suelo, hubieran sido bañados por una capa de grueso metal fundido, hasta quedar así, en un espectáculo singular. Avanzando a través del desfiladero de hierro, alcanzaron la entrada de la caverna. Ya se ponía el sol en occidente, y poco se veía ahí abajo. Aun así, los enanos pudieron apreciar sobre sus cabezas la noche cerrada, con las estrellas tratando de lucir sobre la luna, que ya había surgido por el zenit. La entrada a la Gruta de Hierro era inmensa. Una enorme abertura en el muro de metal, que se alzaba hasta perderse en la noche. Hacia dentro no se veía nada, pero eso no le preocupaba a Thor-Lunn, si no quién habitaba ese lugar.
La Gruta de Hierro una vez fue las Cavernas Pintadas, y en ella habitó por mucho tiempo una tribu pielverde, hasta que llegó ella. El Rey Único desconocía el origen de la Dama de Hierro, pero conocía su naturaleza despiadada. Era una criatura que tal vez fue una mujer, pues tenía la forma de una chica joven, pero su cuerpo, al parecer, estaba hecho por completo de metal. La razón por la que estaba allí encerrada era obvia, por ello los enanos jamás habían tratado de liberarla. Todo aquello que ella mirara se convertía en hierro, cualquier material, estuviera vivo o no. La Dama de Hierro era toda una leyenda de tiempos remotos, pero Thor-Lunn sabía que seguía allí, pues no podía haber salido."

(...)

"Thor-Lunn sonrió. ―Sé que no puedes verme aquí dentro, pues para ti es la completa oscuridad. En cambio yo sí puedo verte a ti.
―¿Y a qué has venido?
―A pedirte algo.
Ella no respondió en seguida, sino que meditó bien antes de hablar. ―Si tengo algo que necesitas, me encantará ayudarte fuera de este laberinto infinito.
―Sabes que no puedo hacer eso ―le respondió él―. Pero sé cómo podría suceder. ―Ella no dijo nada ante eso―. Estás aquí perdida, y jamás encontrarás la salida, a no ser que yo acabe con Daëdalo.
―¿Así se llama ahora? ―ella escupió esas palabras son verdadera rabia contenida.
―Es un ser inmundo el que gobierna Qerzol ahora, un engendro consumido por la avaricia y el ansia. Pero para acabar con él, debo terminar con los orcos primero.
―¿Y qué hago yo en tu historia, Rey de los Enanos?
―Tienes algo que quiero. Los planos de Karak-Dred, con ellos yo podré cerrar la Montaña del Hueso Roto para siempre, y podré marchar sobre Qerzol. Ambos tenemos objetivos comunes.
Mientras hablaba, Thor-Lunn se asomó sobre las rocas para ver si la veía. La pobre estaba apoyada en un alto muro, y se movía tientas, realmente no veía nada. Una eternidad ahí dentro, eso decía la maldición.
―Me gusta que hablemos el mismo idioma. ―El enano la vio sonreír―. Si me ayudas a salir de aquí, podrás ver esos planos.
―Tú me enseñas los planos, y yo te libero. Sino olvídate de que he venido.
A ella se le escuchó gruñir. ―Malditos enanos. Siempre vais a la vuestra. ¿Sabes cuánto tiempo llevo aquí dentro? Ése miserable del Ladrón de Almas me encerró aquí, y desde entonces he estado perdida. Y no eres el primero que viene a pitorrearse de mí, así que tiene que tener una maldita salida. Pero no la encuentro.
―Él te maldijo. ―Le interrumpió el Rey Único.
―¡Ya lo sé! ―gritó―. Mantiene esa piedra retorcida tapada, y eso me retiene aquí presa. ―Calló un segundo, conteniendo la ira―. ¡Castigada!
―Está en Qerzol, yo acabaré con ella y daré muerte a Daëdalo. Y destaparé la piedra, entonces se romperá el hechizo y podrás encontrar la salida.
Ella permaneció callada un segundo. ―Si me estás mintiendo, enano, el día que salga de aquí te prometo que acabaré contigo o con el que ocupe tu trono. No olvides eso."






17 de febrero de 2013

Ozoj, el Negro

Toda la tropa se encontraba apostada a la entrada del paso. El tremendo desfiladero crecía ahí mismo, entre dos peñascos enormes de roca. La montaña nacía así, partida completamente por la mitad. Aquel paso cruzaba el Montañas del Anochecer, uniendo el Viejo Mundo con los Páramos de las Estrellas, el extenso desierto en que siempre era de noche. Aquel pasillo entre altas rocas debía medir unos treinta pasos en su lado más ancho, mientras que sus muros se elevaban hacia el cielo. Era un lugar espectacular. Aquel que lo cruzara en dirección este, podía emprender el viaje de día, y llegar de noche. Se tardaba en realidad varios días en recorrerlo, pero la sensación era increíble. A cualquier hora del día, la cúpula del cielo se tornaba en noche a su paso.

Los pielesverdes de la Tribu del Hueso Roto habían abandonado sus cavernas siguiendo a su señor, Ozoj, caudillo de la tribu. Éstos lo seguirían a donde él los llevara, pues sabían cuál era el castigo por no hacerlo. Ahora estaban acampados a la entrada del enorme desfiladero, dispuestos a defender el paso a cualquier precio. Entre ellos había orcos de diferentes razas, y muchos goblins y otras especies de pielesverdes. Era una tribu muy grande, y su poder había sometido el lado occidental del paso durante los últimos siglos. Ozoj, el Negro, era el señor de una de las tribus que servían al Ladrón de Almas, y él era uno de los mejores esbirros que había tenido durante aquella larguísima guerra.

Ahora, varios miles de pielesverdes se amontonaban en los alrededores. Acampaban en grupos, pues entre los pielesverdes hay una fuerte jerarquía que cumplir. Entre ellos reina una única regla: el más fuerte es el que manda. Así, los más pequeños, como los gobos o los goblins, obedecían a raja tabla a los orcos. Pero de entre éstos había también diferentes especies, pues procedían de diferentes lugares. A lo largo del tiempo, desde que la sombra cayera sobre las Montañas del Anochecer, mucho antes de que los enanos regresaran de las entrañas de la tierra, muchos eran los que habían acudido a la llamada. El dominio que ejerció la tribu sobre el paso, con el apoyo de los vesorianos, los había hecho poderosos, y su nombre había recorrido grandes leguas en muchas direcciones. Acudieron orcos de la Meseta de Issonia, los Rayados, los llamaban, pues se pintaban en rayas en diferentes tonos por todo el cuerpo; otros fueron orcos de las montañas, hacia el sur, que tras la caída de Karak-Athor habían acudido hasta la Montaña del Hueso Roto, a cuidar el paso. Vinieron también goblins del Bosque de las Tres Lunas, la Tribu de la Nueva por aquel entonces servían por completo a Ozoj. Reunieron a los fimirs del bosque, a todos los pielesverdes que habitaron las Tierras Bajas y muchas otras regiones hacia occidente. Ozoj era un orco negro que había llegado de las montañas muy al sur, de más allá del Bosque Encantado de Loth-Darien, las que llaman las Montañas Desoladas. Allí el Reino de Acero ahora desmoronaba.

Los enanos oscuros fueron los únicos que habían decidido no regresar a la montaña bajo el mandato de Thüril, el Rey Único, ocho siglos atrás. Mantuvieron su hegemonía sobre las montañas, pero sin un Rey que los gobernara a todos, comenzaron a luchar entre ellos. A aquella contienda la llamaron las Guerras del Acero, que al final terminó cuando Quíos, Rey de Kron-Odor sometió a los demás reinos enanos. Aquel fue el momento en que se alió con los vesorianos. Ozoj nunca supo si le debía su existencia a una orden del Ladrón de Almas, o a la sabiduría de Quíos, Martillo de Acero. Los enanos oscuros fueron diestros en diferentes saberes arcanos, y desarrollaron una gran habilidad para la genética. Su conocimiento sobre aquel saber fue tal, que hallaron el modo de crear una raza superior de orcos. Los orcos negros eran el resultado de cruzar durante siglos a los orcos más corpulentos y fuertes. Al final, aquellas criaturas resultaron orcos enormes con una fuerza y resistencia tremendas. Su tez, con el paso del tiempo y a medida que aumentaba su tamaño, se había ido volviendo negra. Habían sido una poderosa máquina de guerra para los enanos oscuros y los vesorianos, hasta que se revelaron.

Los orcos negros huyeron de Kron-Odor hacía ya varios siglos, y los que quedaban, malvivían por las montañas en mandas, habían emigrado al sur, a los Desiertos de Ceniza, o servían a Ozoj, y a la Tribu del Hueso Roto. Él había nacido en la tribu, pues había una buena cantidad de ellos allí. Hacía varias generaciones que los orcos negros se habían hecho con el poder de la tribu, que había pertenecido a los fimirs desde que conquistaran la Montaña del Hueso Roto a los orcos, tanto tiempo atrás. Pero los orcos negros eran los más fuertes de entre los pielesverdes, y mantenían a todos los demás sometidos.



Extraído de El Abismo