La dama descorazonada
Antes de mudarme a la gran ciudad, vivía en un pueblo recóndito. Uno de estos en que has de atravesar largas y solitarias llanuras hasta encontrarlo. Las praderas aun son verdes allí, y crece el pasto y el bosque virgen. No eran más que unas pocas casas, pero una de ellas era especial. En lo alto de una loma, como a las afueras, vivía una bruja. Yo ya no creo en esas tonterías, porque vivo en la gran ciudad, pero aquellas gentes estaban realmente preocupadas. Mucho la temían, pues decían incluso que hablaba con demonios, pero otros, encandilados, decían que era la más bella criatura. La llamaban la dama descorazonada.
Era una vieja que siempre había vivido ahí. En aquella pequeña casita, en lo alto de aquella loma, a la que pocos se acercaban. Recuerdo cuando era niño, que nos atrevíamos a bromear con ir a verla. Alguna vez hasta le lanzamos piedras desde lejos… De hecho, todos, mis padres y abuelos, la recordaban como una vieja huraña, que rara vez salía… Siempre se dijo que la dama descorazonada era inmortal, y que como no podía morir, no había dejado de envejecer, desde nadie sabía cuándo.
Que fuera bruja o no, eso nadie lo sabía. Aunque muchos imaginábamos que lo era. Debía de ser una de esas que ya, aburrida, se dedica a lanzar maleficios, cansada de tanto orden.
Una vez hasta la vi. Rara vez salía al mercado, pero algún recadero debió fallar, y salió en persona a por ingredientes para sus potingues. El tendero de una verdulería aseguró siempre que le había preguntado por raíz de mandrágora. Siempre nos reímos de él por aquello, pobre hombre, aunque hoy apuesto a que fue cierto.
Aquella mujer era la vejez negada. Nunca entendí como era posible que no se muriese. Yo fui creciendo, y ella siempre fue fuente de incontables chismorreos. Siempre aparecía en los cuentos para asustar, en alguna forma u otra. Aunque no en todos juagaba el rol de la mala en la historia. No sé cuánto de cierto habría en ellos. Pero sí sé que muchos los creían.
Se contaban muchas cosas. Desde que vendía pociones de amor a las muchachas feas y desesperadas, hasta que jugaba a lanzar maldiciones a los apuestos y a las envidiosas. Pero lo que siempre me dio qué pensar de ella, fue que dijeran que era capaz de infiltrarse en los sueños de la gente del pueblo… Todos teníamos miedo de que apareciera una noche la bruja, en nuestros reinos particulares, en nuestros momentos de soledad, o felicidad, en nuestras pesadillas… Cuando nadie más podía molestar. ¿Sería cierto? Lo que decían es que el hechizo era tan poderoso, que bastaba con escuchar esta historia para que la maldición te pudiera.
Yo no creo en estas cosas, pero si tú eres de los que creen, ya sabes, cuídate esta noche, y dime mañana si la has visto, porque si no la ves, siempre estarás en peligro… Si no es esta misma noche, te la encontrarás mañana, y sino pasado. Y si es hoy cuando sueñas con ella, escucha atento sus palabras, puede que te dé algún consejo interesante, o que te lance un maleficio, pues está cansada de vivir, y es su manera de entretenerse…
Antes de mudarme a la gran ciudad, vivía en un pueblo recóndito. Uno de estos en que has de atravesar largas y solitarias llanuras hasta encontrarlo. Las praderas aun son verdes allí, y crece el pasto y el bosque virgen. No eran más que unas pocas casas, pero una de ellas era especial. En lo alto de una loma, como a las afueras, vivía una bruja. Yo ya no creo en esas tonterías, porque vivo en la gran ciudad, pero aquellas gentes estaban realmente preocupadas. Mucho la temían, pues decían incluso que hablaba con demonios, pero otros, encandilados, decían que era la más bella criatura. La llamaban la dama descorazonada.
Era una vieja que siempre había vivido ahí. En aquella pequeña casita, en lo alto de aquella loma, a la que pocos se acercaban. Recuerdo cuando era niño, que nos atrevíamos a bromear con ir a verla. Alguna vez hasta le lanzamos piedras desde lejos… De hecho, todos, mis padres y abuelos, la recordaban como una vieja huraña, que rara vez salía… Siempre se dijo que la dama descorazonada era inmortal, y que como no podía morir, no había dejado de envejecer, desde nadie sabía cuándo.
Que fuera bruja o no, eso nadie lo sabía. Aunque muchos imaginábamos que lo era. Debía de ser una de esas que ya, aburrida, se dedica a lanzar maleficios, cansada de tanto orden.
Una vez hasta la vi. Rara vez salía al mercado, pero algún recadero debió fallar, y salió en persona a por ingredientes para sus potingues. El tendero de una verdulería aseguró siempre que le había preguntado por raíz de mandrágora. Siempre nos reímos de él por aquello, pobre hombre, aunque hoy apuesto a que fue cierto.
Aquella mujer era la vejez negada. Nunca entendí como era posible que no se muriese. Yo fui creciendo, y ella siempre fue fuente de incontables chismorreos. Siempre aparecía en los cuentos para asustar, en alguna forma u otra. Aunque no en todos juagaba el rol de la mala en la historia. No sé cuánto de cierto habría en ellos. Pero sí sé que muchos los creían.
Se contaban muchas cosas. Desde que vendía pociones de amor a las muchachas feas y desesperadas, hasta que jugaba a lanzar maldiciones a los apuestos y a las envidiosas. Pero lo que siempre me dio qué pensar de ella, fue que dijeran que era capaz de infiltrarse en los sueños de la gente del pueblo… Todos teníamos miedo de que apareciera una noche la bruja, en nuestros reinos particulares, en nuestros momentos de soledad, o felicidad, en nuestras pesadillas… Cuando nadie más podía molestar. ¿Sería cierto? Lo que decían es que el hechizo era tan poderoso, que bastaba con escuchar esta historia para que la maldición te pudiera.
Yo no creo en estas cosas, pero si tú eres de los que creen, ya sabes, cuídate esta noche, y dime mañana si la has visto, porque si no la ves, siempre estarás en peligro… Si no es esta misma noche, te la encontrarás mañana, y sino pasado. Y si es hoy cuando sueñas con ella, escucha atento sus palabras, puede que te dé algún consejo interesante, o que te lance un maleficio, pues está cansada de vivir, y es su manera de entretenerse…
Darka Treake
Siete de diciembre de dos mil ocho
Isla de Tenerife
Siete de diciembre de dos mil ocho
Isla de Tenerife
Este relato fue seleccionado como colaboración en la sección PLUMA del nº 3 de la revista Ícaro Incombustible!!!