- Quiero que mi vida sea de esas que se inmortalizan en un libro, ¿sabe usted?- Dijo el extraño hombre bajo la capucha.- Yo no he hecho grandes cosas, pero... ¿cómo se lo explicaría? ¿Es usted animista?
Los dos hombres andaban por el estrecho sendero, cruzando el frondoso bosque, sin un alma en millas a la redonda. Sólo se oían sus voces, sus pasos sobre la tierra, y los sonidos mágicos del bosque.
El otro hombre negó, sin saber exactamente a qué se refería. Miró al que hablaba, era un hombre muy peculiar: caminaba encorbado, bajo una capucha marrón que se alargaba hasta los pies en forma de túnica. Hacía un rato se habían encontrado ambos, en el camino principal, una de esas calzadas que los romanos habían construído hacía más de un milenio, y aque ahí seguía tras el paso del tiempo.
- Yo sí soy animista.- Dijo el jorobado.- Un animista es aquel que sabe que las cosas tienen un alma. Toda cosa tiene una esencia, que le dota de sentido. Incluidas las personas...
Cuando se encontró a ese hombre en la calzada romana, le preguntó si sabía cuánto faltaba para llegar a su destino, la gran ciudad de Praha, asentamiento de la corte de Bohemía. El jorobado, asintiendo, le dijo que no quedaba mucho para llegar, que conocía un sendero que cruzaba el bosque y atajaba unas horas la caminata.
- Toda cosa, tras haber sido hecha, guarda su esencia para siempre. Lo mismo que el alma de las personas, que es eterna.
El sendero descendía entre dos laderas, como siguiendo un curso natural tejido por las aguas en otro tiempo. Había raíces que salían de la tierra, como si necesitaran aire para respirar. Ni un rastro más de vida por donde arrastraban sus pies. Más allá, los árboles crecían a los lados, y el bosque se extendía en todas direcciones.
- Y toda persona que posee una cosa, es dueña de su esencia. Por ello, el hombre que posee a otro hombre, se hace con su voluntad y su fuerza. Un alma puede alimentarse de otras almas, ¿sabe usted?
Aquel hombre comenzaba a arrepentirse de haber accedido a ir con el extraño por el atajo. Todo empezaba a ser surrealista. ¿De qué demonios hablaba?
- El alma es la esencia de los hombres, y mantiene la fuerza de su carne... Por ello, para alimentarse de otra alma, hay que ingerir la carne que mantiene con fuerza.
Los dos se pararon en mitad de la nada y se miraron.
- Yo no era nadie, hasta que comencé a alimentarme de las almas de aquellos que sí eran alguien... Algún día alguien inmortalizará mi vida en un libro. Algún día yo seré alguien... Pero no se preocupe, en cierto modo, si mi esencia perdura en la historia, usted también lo estará haciendo...
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