22 de octubre de 2016

Mi relación con las letras



Hola!
En esta entrada me voy a sincerar, os lo advierto antes de que empecéis a leer.

En mi última entrada os contaba que me venía a Concepción, Chile, a vivir, y desde entonces no habéis tenido noticias mías. Y ya es hora de arreglar eso.
Llevo aquí desde principios de agosto, y tras un periodo de adaptación en casa de familiares, ya estoy haciéndome a mi rutina, una rutina vertiginosa que me encanta, pero me tiene demasiado ocupado. Como os dije, estoy trabajando como profesor en la Facultad de Educación de la Universidad Católica de la Santísima Concepción. Estoy impartiendo varias asignaturas en la carrera de Educación Diferencial (Educ. Especial) sobre trastornos de aprendizaje y metodología de investigación, y en el Postgrado de Educación Especial, donde estoy impartiendo una asignatura sobre Psicología de la Escritura (centrada en las dificultades de aprendizaje), que me está gustando mucho, pues me está permitiendo hablar sobre escritura, aunque no sea desde el punto de vista literario. De hecho, los dos Chrises que hay en este mundo, el académico y el escritor, están valorando la posibilidad de caminar juntos, y dirigir mis investigaciones hacia la psicología del aprendizaje de la escritura. Ya os contaré sobre esa jugosa idea.

El caso es que mi vida ahora me apasiona, pero me tiene trabajando, en ocasiones, desde las 9 am hasta las 11 pm. Sí, ha habido días así de intensos, aunque no lo son todos. Pero sí estoy trabajando todos los días (se acabaron los fines de semana para mí). ¿Y por qué os cuento esto? Para excusarme ante mis lectores y ante mí mismo por mi descuido hacia las letras. No tengo tiempo para escribir, y cuando trato de hacerlo, estoy tan agotado que no me sale ni un carácter. Pero es curioso cómo funciona el cerebro creativo, ansioso por inspirarse y producir: sin habérselo pedido a mi cabeza, ésta solita me ha aportado ideas para varios relatos (que no he escrito, claro) y para El Triángulo Sagrado (que estoy deseando retomar). Es decir, mi cuerpo no me permite escribir (muerte por agotamiento comprensible, seré benévolo conmigo mismo), pero mi cabeza necesita escribir, sigue escribiendo, sigue clamando por poner en marcha mis dedos sobre el teclado, sigue construyendo la trama de El Triángulo Sagrado, aunque no se lo he pedido.
Esta tarde me ha ocurrido algo impresionante. Tengo que preparar 8 horas de clase y dos exámenes para la semana que viene (entre otras cosas), pero no podía más, y me he dado la tarde libre. Cuando digo que no podía más, lo digo en serio. Estuve dando clase de 9 a 13, sí, en sábado. Así que me he dado la tarde libre. Resulta que estos días hablaba con Víctor J. Sanz, mi editor, sobre La Rosa de los Vientos, la cual está revisando. Y gracias a este descanso que me he permitido esta tarde, me he sentado en el ordenador y me he puesto a pensar en La Rosa, y me han venido mil cosas a la cabeza que tengo que hablar con él, ideas de cosas que podríamos modificar. Vale, esto no debería contároslo, pues forma parte del proceso de edición, pero lo que pretendo decir es que en cuanto a mi cerebro académico lo bajo al banquillo, mi cerebro escritor sube dispuesto a todo, con las pilas cargadas, deseando crear, deseando seguir escribiendo. Es algo que me tiene maravillado.
Precisamente a Víctor le he leído explicando que ésa es la sensación que tienen los escritores, esa necesidad por las letras, como si ellas mismas te reclamaran, ese discurso de tu yo creativo que es irrefrenable.

¿Y para qué todo esto?
Para deciros que sigo aquí, lejos, en la sombra y agotado, pero sin dejar de escribir.

Un abrazo a todos los que hayáis leído este manifiesto de amor por la letras y la necesidad de crear.

Chris.



P.S.: Por cierto, he actualizado mi Bios, por si os interesa.


¡Si te ha gustado, compártelo!
¡Y no te olvides de comentar!