29 de julio de 2009

Historia de una estatua de piedra


Mucho tiempo atrás, contó el dragón nimio, llegó a estas tierras un pueblo nómada. Vivían del pastoreo, y al encontrarse en estos parajes, se vieron maravillados. Era una tierra casi inexplorada, muy lejos de donde ellos habían venido, y decidieron quedarse. Todas aquellas montañas, llamadas ahora el Macizo de las Estatuas, fue para ellos una oportunidad, una tierra virgen donde sus rebaños podrían pastar sin temor, y donde decidieron asentarse un tiempo. Su apego fue aún mayor cuando su líder, un hombre muy anciano, murió amando este bosque. Por él, por su deseo de formar allí un hogar, se quedaron. Provenían del Viejo Mundo, otro continente muy al norte de aquí. Habían vivido entre montañas siempre, sintiéndose seguros entre las cumbres, por lo que eran conocidos allá a donde habían ido como un clan de hombres de alta montaña, o sólo montañeses. Algunos decían que eran una raza mestiza, entre enanos y hombres, aunque ni siquiera ellos lo creían.

Aquí vivieron hasta su fin, pues hace no mucho que se extinguió su cultura. Aquí descubrieron que las montañas, como el inmenso volcán, estaban habitadas por criaturas oscuras y peligrosas. El Dragón Dorado los atemorizó, pero no quisieron ya marcharse. Y desde entonces combatieron a los orcgluds, una raza de bestias que Lyda conocía bien, y a quienes evitaba. Eran unas criaturas de piel negra, del tamaño de un hombre, o incluso mayor, a pesar de caminar encorvados. Con la edad les crecían cuernos, en cualquier parte del cuerpo, y los ancianos a menudo no eran capaces ni de moverse por ello. Todos tenían el espinazo bien marcado, con pequeños de estos cuernos creciendo a lo largo de toda la espalda. Recordaban a los orcos, que también había por aquellas tierras, pero éstos eran peores, aseguró el dragón nimio. Vivían en túneles naturales del Gran Volcán, se alimentaban de raíces y de todas aquellas presas que lograban capturas. Adoraban a Mëryl, el Dorado, el cual los repudiaba y a menudo utilizaba. Lyda los había visto alguna vez, pero siempre había huido pues la atemorizaban. Los orcgluds no vestían ropa, salvo una máscara horrorosa que infundía un terror incomprensible al que los miraba... Su líder portaba además el Medallón del Dragón, hecho con una escama del mismísimo Mëryl, según se decía, de oro puro. A éste se le llamaba Umbduch, como al primer líder al que el dragón le dio el medallón. Desde entonces todos heredaban el amuleto y el nombre a modo de título. Llevaban allí muchísimo tiempo, tanto que ya se había olvidado su origen. Al parecer lucharon en las Guerras del Desierto, contra los elfos que habitaron Nilith tanto tiempo atrás, una ciudad en ruinas en la costa oriental de Ülathar, no muy lejos de donde se encontraban. Ya quedaban muy pocos, pero los suficientes para suponer un peligro para los montañeses.

En sus últimos momentos, el clan decidió que para acabar con los orcgluds debían acabar con Mëryl, el Dragón Dorado que habitaba el Gran Volcán. Y fue Dristan McKeltar el elegido para tamaña empresa. Aquel hombre que Lyda tenía delante había venido hasta aquí a derrotar al dragón para salvar a su pueblo. Fue considerado un gran héroe, y ahora no era más que una estatua de piedra. Poco después de aquello, al no regresar Dristan, llegó el final de los montañeses. Los orcgluds acabaron con los que quedaban de ellos, otros huyeron y como consecuencia, su cultura ya se había perdido. Aquel pueblo ya no existía, y Dristan, en la forma de aquella estatua, era el único recuerdo que quedaba de ellos.

En su recorrer en busca del dragón, Dristan McKeltar había dado con la figura del elfo Quinos, amo del dragón nimio, y ambos habían hablado, justo antes de que Drsitan se convirtiera en piedra. Según le contó a Lyda, el guerrero de las altas montañas le dijo al dragón que ya había escuchado la voz, y que le había hecho la promesa. El dragón nimio le dijo entonces que ya estaba perdido, pero que a Dristan no le importó, pues con su promesa se había asegurado la gloria, y el recuerdo...

Cuando se marchó, y se encontraba en el lugar donde estaban Lyda y el dragón nimio hablando, apareció el Dragón Dorado, y se dispuso a combatirle. Pero justo en el momento en que se iban a enfrentar, Dristan se transformó en la estatua de piedra que era ahora...

Así había sido. Aquella era la historia de Dristan McKeltar. El dragón dudaba si habría logrado su empresa, pues derrotar al gran dragón era un mérito digno de un gran guerrero, a pesar de que Dristan le había parecido muy valeroso y diestro. Pero, según se contaba, Mëryl, el Dragón Dorado, se había enfrentado a los dioses y había sobrevivido a su ira...



Éste es el capítulo IV del cuento de Lyda de Lis.
También he terminado el capítulo III, por título El dragón nimio, pero me faltán unos retoques que no me permiten aun mostrároslo!!
Pero en resumen, viene a contar cómo Lyda da con la estatua de Dristan.
Allí será un dragón nimio quien le cuente esta historia.

He decidido, además, añadir un nuevo episodio, el que será el V, con el título
El sueño de la estatua.

Pronto os enseño más!!




Estos días estoy trabajando en la inscripción del registro de propiedad intelectual.
Esta obra ya está inscrita:
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22 de julio de 2009

La Señora de la Magia Mutable

La muchacha batió las manos llenas de dados tan fuerte como pudo, y cuando se detuvo, miró directamente a los ojos a la anciana que tenía delante. Aquellos ojos amarillos, profundos como el atardecer, te dejaban atontado si permanecías más de un segundo mirándolos. La bruja lo sabía, y bien que le sacaba partido. La chica abrió las manos sobre la mesa y el destino en la forma de una docena de dados cayeron sobre el tepate cubierto de inscripciones y coloridos exóticos. La chica, muy despacio, apartó las manos. Ya no dependía de ella. Su suerte estaba echada. Ahora sólo había que leerlo. En ese momento, la bruja, sentada justo en frente, en esa mesa redonda y pequeña, comenzó a contar como si le fuera la vida en ello. Ambas manos se movían de dado a dado, y sus dedos iban contando los valores de los dados al pasar por encima, mientras, parecía, los iba anotando en la cabeza. A la chica le pareció que pasó varias veces por cada dado. Había un dado de cuatro caras, tres dados de seis, un dado de ocho, un dado de diez, tres dados de doce lados, uno de veinte, uno de cien y uno que debía tener incluso más allá de cien caras, y que no tenía números, sino unas inscripciones incomprensibles. Cada dado era de un color diferente, y a la luz de la vela sobre la mesita la escena no parecía verosímil.

- Ciento treinta y dos.- Dijo la bruja escasos segundos después. La chica dudó si era cierto o si se había inventado la cifra, pues a ella le habría resultado imposible contar a tal velocidad.- Pero,- Se dispuso a añadir la bruja señalando el dado que no tenía números.- este dado indica que el valor debe dividirse por tres. Por lo tanto tu resultado es cuarenta y cuatro.- Para la chica, es como si la bruja hablara en otro idioma. Cuarenta y cuatro, pues cuarenta y cuatro. ¿Y eso qué significaba?- El doble cuatro indica valor. No significa que vayas a hacerlo, sólo que eres capaz. ¿Ves el dado de cuatro? En él obtuviste un tres, lo que le quita valor a tu doble cuatro. Pero en los de seis has sacado un cuatro, y dos doses, lo que podría indicar que vas a hacerlo.- La bruja hablaba a toda prisa, sin dejar que la chica razonara su comentarios, sin importarle demasiado. Movía ambas manos sobre el extraño tapete, dirigiéndose a los diferentes dados que iba nombrando, como si todo aquello tuviese un sentido que sólo ella pudiera ver, o que fuera una gran mentira, o que fuese la auténtica verdad del mundo.- En el de veinte, en cambio, ha sido un veinte, máxima puntuación. El dado de veinte es el de la fuerza. Así que si lo haces, es probable que te resulte. Pero hay un problema. Has sacado tres seises. ¿Ves? En el dado de diez, y en dos de los de doce. Eso indica un posible fracaso. Si hubiera sido en tres dados iguales, los de doce o los de seis, yo te aconsejaría que no lo hicieras, pues las consecuencias podrían ser terribles, pero si ha sido en dos de los de doce y en el de diez... Es posible que no signifique nada, o que te vaya mal. En todo caso, el cincuenta y uno te indica que el azar no está de tu lado, pero tampoco en tu contra. Todo depende de ti. Yo te diría, como consejo personal, que lo hagas, pues sino la duda se acomodará en ti y jamás podrás resolverla. Y los dados te dan valor y fuerza, aunque no te aseguran el éxito.

La bruja se calló, como si aquel veredicto fuera definitivo e inapelable. El destino estaba leído. Pero la chica no había comprendido nada. Fue a hablar, pero la bruja endureció los ojos, ni te atrevas, le decían en ese amarillo profundo. Aun así, ella pagaba, ella preguntaba.

- Pero... ¿Si no tengo un destino sobre esta cuestión, cómo puedo resolver el asunto?- Ella lo único que quería saber era si podía ir a ver a un hombre, del que estaba enamorada, y si éste le invitaría a un paseo, o una cena. Pero la bruja no le estaba ayudando nada.

- ¡Sí tienes un destino!- Casi le gritó, escupiendo las palabras de su garganta arrugada.- Todos lo tenemos. Es sólo que el destino no es definitivo. Siempre puede cambiar. Todo depende de lo que tú decidas hacer. Los dados sólo son una herramienta para leerlo. ¿No esperarías una respuesta contundente sobre un futuro incierto, verdad? Eso sería absolutamente ridículo.


(...)


La Señora de la Magia Mutable
Lyda de Lis. Historia de una estatua de piedra
Darka Treake





Hoy os dejo este fragmento, introducción de la Señora de la Magia Mutable, capítulo segundo del cuanto de Lyda de Lis. No os dejo aquí la versión descargable, aunque ya la haya subido, porque estoy pensando en algunos cambios.
Pero este fragmento me gustó como quedó, y quería mostrároslo.
Ya estoy con el tercer capítulo del cuento, y tengo ya escritos el quinto y sexto. La verdad es que va más avanzado de lo que esperaba. Os dejo aquí la lista de capítulos:

Lista de capítulos (Provisional)

Prólogo. Lluvia

LIBRO PRIMERO. El Lunariu

1. Lyda de Lis y la Bruja de los Sueños
2. La Señora de la Magia Mutable
3. El dragón nimio
4. Historia de una estatua de piedra
5. El sueño de la estatua
6. La advertencia del hombre extraño

7. Sebah, el duende de epoxi
8. Las botas bajo la cama
9. La última baronesa
10. Autorretrato
11. La Voz del Demonio
12. La Dama Negra
13. El Lunariu
14. Mircea, la Señora que guarda la Entrada
15. El muñeco
16. Impotencia


LIBRO SEGUNDO. La Fortaleza

17. Murtagh, el Señor Caracol
18. Lluvia
19. Lendaia, la bruja de pelo azul
20. Gudrun, la bruja orcglud
21. El arco de entrada
22. La Fortaleza
23. Gingoen, el Demonio Resentido
24. La estatua de piedra

Epílogo. El pacto de Dristán con Gingoen




Pronto vuelvo con más!!

19 de julio de 2009

Concurso literario en LYF

Hola!!

Vengo a contaros que me he presentado a un concurso literario propuesto en el blog LYF - Lietaratura Youth Fantasy.
Lo llevan dos chicas muy entusiastas, en el que hablan de lietaratura fantástica, lo vi y me pareció muy interesante, y propuesto un concurso como éste, cuya premisa es escribir un relato sobre dragones, me animé de inmediato.



Una de las condiciones en las bases, es anunciar el concurso en el blog de los participantes, así que aquí estoy, cumpliendo.

El relato con el que me presento es Lluvia (entrada del 20 de septiembre de 2008), Prólogo al cuento de Lyda de Lis. Historia de una estatua de Piedra.

A ver si alquien más se anima y les envía algo!! Hay de término hasta el 30 de julio.

Sólo era eso!!
Pronto más!!
Darka.

16 de julio de 2009

Lyda de Lis y la Bruja de los Sueños

Lyda abrió los ojos en la noche y se inundó de pánico al encontrarse completamente a oscuras. Aun no se había dormido, cierto era que solía tardar en hacerlo una vez acostada, y aquella noche llevaba un rato en la cama cuando sintió aquella brisa colarse bajo el umbral de la puerta, apagando la vela. La bonita muchacha no podía dormir sin una luz que le iluminara la oscuridad. La sensación de que algo acechaba en las sombras era algo que le venía persiguiendo desde que era niña, y contra la que ya se había dado por vencida. Simplemente no podía dormir a oscuras, no podía si quiera estar a oscuras. Le daba un miedo irracional, un pánico tal, que en ocasiones hasta le había hecho dudar de lo real y de lo que podía no parecer real…

Al sentir aquella sensación de ahogo, como si la oscuridad lo envolviera todo, apretándola, se levantó y apresurada se dirigió a la vela apagada, entonces, en sus dedos, brotó una llamarada roja, que le devolvió la seguridad a la cámara. Y así, acercando las yemas de sus dedos ardientes, prendió la vela sobre la encimera.

Su pequeño hogar consistía en una estancia circular, con una cama, un baúl, un armario y una cocina improvisada junto a la chimenea. En el suelo, cubriendo el espacio que quedaba a los pies de la cama, bajo el baúl, una antigua alfombra, ya raída tras el paso del tiempo, que aun mostraba un escudo familiar olvidado: una Flor de Lis en terciopelo de plata gastada. Lyda, para evitar que se repitiera la intromisión, arrojó un trapo al umbral de la puerta que daba al jardín. Ahora la fría noche no podría colarse para dejarla de nuevo a oscuras…

Aquella noche Lyda durmió inquieta, sintiendo la presencia que acechaba, pero la mañana llegó pronto y pudo olvidarse de ella mientras el sol surcaba iluminando el cielo. Así vivía Lyda, disfrutando los días, viviendo el momento, y temiendo las noches, deseando que acabaran pronto.

A la mañana siguiente, Lyda se levantó con la extraña sensación de aquello que le había rondado por la noche, pero trató de olvidarlo todo. Últimamente el sentimiento de aquella presencia nocturna era más latente. Incluso alguna vez había llegado a escuchar alguna voz en la oscuridad... Pero resuelta a olvidarlo todo, al menos mientras durase el día, salió a su jardín y la hermosa visión de los frutales y las flores le regocijó. Lyda era una joven esbelta, preciosa y con muchos secretos. Su cabello rojo, de un color ígneo fulgurante daba cuenta de sus peculiaridades. Se trataba de una chica solitaria, con demasiadas rarezas como para que algún cualquiera la entendiera. Además, a ella tampoco le gustaba la gente cualquiera. Vivía sola en su casita, en mitad de las junglas de Agana, al sur del Gran Volcán, en el inmenso continente de Ülathar, muy al sur del Viejo Mundo. Aquella mañana, como de costumbre, Lyda vestía el camisón que además utilizaba para dormir. Era de un color verdoso claro, estampado con cientos de pequeños símbolos en forma de la Flor de Lis, como su emblema familiar, ya olvidado en aquella región del mundo. Siempre iba descalza. Se acercó a la platanera y bostezó tras morder un rico plátano, y el aire a su alrededor flotó hasta sus pulmones. Un aire fresco de las montañas, húmedo como el bosque de cuento en que vivía, de árboles retorcidos, cubiertos de musgo, y helechos, rocas y tierra empapada por doquier. A Lyda le encantaba aquel lugar, y su olor mágico. Le hacía sentirse viva, llena de energía. Cuando hubo tomado todo el fruto, movió la mano dando una vuelta sobre la muñeca, y la cascara amarillenta se transformó en florecillas diminutas que cayeron entre sus dedos al pasto. La chica pelirroja sonrió, era un pequeño juego personal: eran preferibles las flores a los desperdicios… Fue entonces cuando, sin pensarlo dos veces, echó a volar. Ahora, el camisón a modo de túnica se fue tornando en aterciopelado, para después convertirse en un manto de incontables plumas rojizas que cubrieron su cuerpo, como piel de ave milenaria, mientras que sus pies descalzos se elevaron convirtiéndose en pezuñas. Sus brazos se batieron para iniciar el vuelo, mientras que se agrandaban hasta tornarse en tremendas alas. Su cuerpo disminuyó de tamaño y cambió de forma, y su rostro, tan suave y hermoso como era, se alargó hasta que sus labios fueron un pico afilado… Y es que Lyda era una bruja, una hechicera que dominaba la Magia Mutable. Y así, con el cuerpo de un águila rojiza, emprendió el vuelo hacia la falda norte del Gran Volcán, más allá de los límites del Bosque de Agana, donde vivía una de sus mejores y más antiguas amigas, Onírica, la Bruja de los Sueños.


(...)


Fragmento de Lyda de Lis y la Bruja de los Sueños
Lyda de Lis. Historia de una Estatua de Piedra
Darka Treake



Para descargar el texto completo en format PDF:

Lyda de Lis y la Bruja de los Sueños




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13 de julio de 2009

El Lunariu


Antes de que los mortales poblaran el Mundo, durante las Guerras en que de los Dioses casi lo destruyen por completo, dejándolo plano como una moneda con dos caras, Ivette, una de las Grandes Lüe, la Diosa del Destino, escribió seis libros, los Lunarius.

Un Lunariu, dijeron, era un calendario de las lunaciones, de cómo y cuánto se asomaría la luna al manto del cielo. Según se dijo, en los Lunarius se podía leer todo cuanto estaba por acontecer, pudiéndose interpretar predicciones del futuro... Pero además, cada Lunariu gurdaba un secreto: leyéndolo del revés, era posible invocar un gran demonio.

Ivette, que soñó con el Destino, supo cuánto iba a contecer en el largo transcurrir del tiempo tras la caída de los Dioses, tras la Batalla del Juicio, en que éstos se vieron exiliados a un lado del mundo, dejando el otro para los mortales. Se decía que Ivette podía ver lo que ocurriría a través del sol, y de la luna, y así, observó a los mortales antes de que nada sucediese. De esta manera, podía ver lo que ocurriría durante los días y durante las noches, salvo aquellas de luna nueva, pues sin ella, sólo vio oscuridad.
Y así, ella supo que la Luna sería secuestrada por uno de los Demonios Resentidos mucho tiempo después de lo acontecido en este cuento. Por ello que Ivette, Diosa del Destino, huyó del mundo, despavorida, mucho antes de que ninguno de los que hoy moran el mundo naciese.

Pero de ella quedaron los Lunarius. Libros mágicos que contenían el secreto del Destino, y de como invocar a los Demonios Resentidos.
Como se supo después, los Demonios Resentidos fueron siete: Ivirida, Legumes, Evilized, Anarade, Ulara, Gingoen y Golöel. Pero sólo seis Lunarius fueron escritos por Ivette, pues Ulara, Demonio Resentido imaginado en la Tristeza de Orfgod, fue invocado en los Páramos de las Estrellas, un desierto en que siempre es de noche y que nunca surca la Luna...

En este cuento hablaremos de uno de los Lunarius, aquél con el que podría ser invocado Gingoen, Demonio Resentido imaginado en la Impotencia de Orfgod. Es un libro que algunos buscarán, y que nuestra protagonista tendrá... Lo que debemos esperar ahora, es que Lyda sepa dar buen uso de él...