18 de diciembre de 2010

Mawol durante la Edad de los Elfos

Tras las Guerras de los Dioses, en que éstos casi destruyen el Mundo, pues antes fue esférico, y ahora era plano, se decidió dejar a os mortales vivir en Mawol, una de las caras de este mundo destruido.
Así, en mawol fueron puestos los Doce Navíos Elfos, que navegaron hasta la Tierra de Aradán y otros sitios; de la misma forma, allí crecieron otras criaturas, como los Linajes de los Hombres; los enanos bajo las montañas; o los pielesverdes...
A aquello le llamaron la Edad de los Elfos, pues estos lo gobernaron por largo tiempo. La mayoría de ellos vivieron en la Tierra de Aradán, salvo los Elfos de Yandalath, que habitaron en las Tierras Oscuras de Elhada y las Tierras de Diurna; o los Elfos de Hirinen, que vivieron en las Tierras Prohibidas de Hiria.


Pero no tardaron en estallas las Guerras de la Sangre, en que los Elfos de Yandalath tratarían de conquistar la Tierra de Aradán, combatiendo a casitodos los demás... Las Guerras de la Sangre fueron el acontecimiento bélico más importante de la Edad de los Elfos, tanto, que cambiaría la geografía de Mawol.
Se cuenta que cuando Aradán, de Assëe, se enfrentó a Efgo, de Yandalath, en la última batalla de la guerra, el primero ´golpeó tan fuerte el suelo con su bastón, que la inmensa isla se partió en un archipiélago.
Así es como se formaron los Reinos Elfos de Elanor...

10 de diciembre de 2010

Los Pendientes de la Reina


Cuentan que en un palacio encantado vivía una Reina muy fea muy fea. Y por ello, la Reina estaba muy muy triste. Pero un buen día, un mercader se acercó hasta el palacio encantado y le ofreció una planta que, según decía, era mágica. Con ella, sería la mujer más hermosa de todo su Reino. Ella intrigada, le compró la planta mágica al mercader. Desde entonces, dicen, la Reina fue la mujer más bella de aquellas tierras. Al amanecer siempre estaba radiante, pero al atardecer siempre se recogía pronto, y jamás por la noche se dejaba ver. Siempre vestía con las mismas joyas, unos pendientes en forma de bellas flores rosas con largos pistilos y estambres. Al parecer, cada mañana la Reina arrancaba dos flores de su planta mágica, que usaba de pendientes para ese día, y así, su belleza brillaba mientras vivieran las flores. Por ello, siempre debía retirarse al atardecer, pues era cuando éstas marchitaban...




Este es un cuentito corto que le conté a Gemita cuando le regalé la planta por su cumple. 
Para no olvidarlo, os lo dejo aquí!!
Ha sido enviado además, como colaboración a la 
para el número 9, cuyo plazo termina hoy.
Ya os contaré si resultó elegido!



2 de diciembre de 2010

El Árbol de las Mil Estrellas

Aquél era el único lugar del mundo en que el cielo se tornaba rosa al atardecer. No se trataba del anaranjado que en la última hora de la tarde cubre el cielo, o del rojizo con que el sol desaparece en el horizonte del mar. Se trataba de un color rosado, tan claro que parecía que el cielo se acolchara, que se fundiera con la magia del bosque cuando el día terminaba. Era algo precioso. Y sólo ocurría en esa porción de bosque, justo sobre aquel árbol de hojas negras y flores blancas. El árbol de las mil estrellas, lo llamaban, o así le gustaba llamarlo a ella, la dama del árbol.

En aquel momento, ella se encontraba columpiándose, sentada sobre una liana que colgaba de su árbol, a la que había atada un gran palo, que le servía columpio. Ella llevaba un vestidito negro, y una red negra y roja le hacía de medias. Estaba descalza, y tenía unos guantes fuxia rotos por los dedos, que asomaban, bien aferrados a la liana. Se daba impulso con las alas, cuyos tonos rojos chillón se mezclaban en hermosas formas con el negro. La melena morena bailaba también con el vaivén, estaba cortada de una extraña forma, pues cada vez que se aburría, ella misma le daba forma con unas tijeras.

Justo entonces apareció Teether, que también era amigo suyo. Éste venía cabalgando en un gato grisáceo, de angora, de largo pelo reluciente, y parecían apresurados. Lo cabalgaba sobre una silla de montar, cual caballo a medida, y en la grupa del gato, llevaba atado un tiesto con una planta. Las hojas de la planta estaban comenzando a secarse, como si haberla sacado de su lugar le hubiera puesto triste, y la firmeza con que una vez brillaron sus flores blancas, ahora estaba decayendo.

- Anda, hola.- Le dijo ella riéndose, pues a menudo era la frase que utilizaba él para saludarla.

Teether sonrió.- Hola.- Y desmontó a su gato, ignorando la burla del hada. El minino, al verse libre, dio una vuelta sobre sí mismo, y se puso a lamerse la entrepierna. Entonces miró a la dama del árbol, y se quedó con esa mirando que ponen ellos antes de atacar a una presa.

- Dile a tu gato que no me mire así.

- No te preocupes, pues no te hará nada...- Y le acarició la cabeza.- Más le vale... ¿Verdad grandullón?

Y el gato desvió la mirada, volviendo a su entrepierna.

- ¿Cómo estás, Teether?- Le preguntó ella sonriendo, estaba muy feliz de que el gnomo hubiera ido a verla. Siempre que aparecía le contaba un cuento, y a ella le encantaba.

- Apresurado.- Contestó.- Estoy muy apresurado.

- ¿Por qué?

- Se ha perdido una amiga mía...

- ¿Quién?- Preguntó ella, deteniendo el columpio al instante con las alas.

- U, una sirada... ¿La has visto por aquí?

- No...- Se encogió de hombro el hada desde su liana.

Teether observó aquel árbol enorme. Su tronco se elevaba mucho, y sus ramas estaban plagas de tremendas hojas negras y de flores blancas. Entonces el gnomo observó el cielo, de aquel color rosado, y el pareció maravilloso, le asombraba cada vez que lo veía. Después le habló a la dama del Árbol de las Mil Estrellas, mirando a su alrededor.- Veo que te has portado bien.

Ella asintió muy contenta.- Claro.

- Eso está bien. Oye, si ves a U, ¿le dirás que la ando buscando, y que regrese a su charca...?

- ¿A cambio de qué?- El hada sonrió pícara.

- mmmm... Te puedo contar una adivinanza.- Ella asintió, deseándolo.- ¿Qué es aquello que no se puede ver, y que sólo pueden tocar aquellos que creen que existe?

El hada volvió a sonreír, y se quedó pensativa. Miró al gnomo, y le habló, poniéndose de pronto muy seria.- Esa es difícil...

- ¡Te dejo pensándolo!- Y lanzó un silbido que hizo que gato diera un salto. Él lo montó, y después se despidió.

- Hasta pronto, ¡espero que la próxima vez que nos veamos me digas la respuesta!
Ella ni le contestó, pues se quedó pensativa. Y cuando él había desaparecido entre los árboles, cabalgando su gato con aquella planta marchita a cuestas, batió sus alas para volver a columpiarse...



Extraído de La Sirada.