2 de abril de 2009

La Batalla de las Estatuas

"Mirad, parece sonreír, será que es el demonio.
Un chico así, jamás debió pasar...
Oh Dios, terrible engaño..."

Meteoro y el Señor Conejo
Iván Ferreiro



El campo de batalla estaba completamente cubierto de cadáveres cuando el guerrero divisó al demonio a poca distancia. Unos cuántos hombres aun se mantenían con él, agrupados en medio de aquel caos de muerte y destrucción. Sus tropas estaban siendo diezmadas, pero aun podía ganar aquella batalla. Quedaban suficientes para retener al enemigo mientras él plantaba cara al demonio. Era el momento, si quería la victoria, tenía que ir a buscarla.

No hizo falta que inidicara a sus hombres que lo siguieran. Caminó con paso firme, blandiendo su espada de acero pridonio, junto a su escudo, con el emblema de la Casa Real de Tradorón, derecho hacia el objetivo. Si acaba con el demonio, terminaría aquella masacre.

Se ahogó en el pánico, es cierto, pero fue fiel a su intención, y no detuvo el paso hasta encontrarlo por la espalda. Era conocido por su honor, e hizo acopio de él por última vez, gritándole un desafío.

- Gingoen, Señor de la Impotencia, girad sobre vuestra horrenda forma, y que mi espada os dé el destierro de nuestro mundo para siempre.

El demonio, convertido en un gigante de metal, se giró hacia el guerrero. Su rostro repugnante hizo dar un paso a sus hombres, que lo rodeaban detrás, pero él se mantuvo firme, aunque no por ello menos aterrado. Incontables pinchos y cuernos metálicos salían de su cara, que no mostraba boca, ni ojos, ni orejas. Sus garras eran cuchillas, ya impregnadas de la sangre de sus hombres, y sus piernas eran ágiles como el viento.

Por sus gestos, el demonio pareció mofarse, reirse su hubiera podido, y sin detenerse a dudar, le asestó un golpe que cualquier mortal no hubiera podido resistir. Pero el guerrero, diestro, interpuso su escudo, y sus pies se arrastraron varios metros al resistir el golpe. Cayó al suelo, pero no había sufrido herida alguna. Uno de sus hombres se acercó a ayudarlo, mientras unos cuantos no pudieron más y huyeron de la escena. El gigante metálico, entonces, cercenó al compañero junto al guerrero, que se bañó con su sangre desparramada.

Su espada salió disparada hacia el brazo del demonio, que no logró sino quebrarse. Mas el guerrero se puso en pie, dispuesto a frenar al demonio ya sólo con su escudo y la empuñadura de su arma, antigua reliquia familiar ahora perdida. Cuando éste, inmenso, lo agarró por el cuello, entre dos cuernos de acero.

El guerrero sintió elevarse del suelo, y jamás supo si fue por el miedo o por la asfixia, pero casi cae desmayado en aquel mismo momento. Con el tiempo llegó a arrepentirse de aquella lucidez, más le habría valido caer muerto ahí mismo, que dejar que los acontecimientos se sucedieran...

Entonces, cuando ya etsaba solo, en lo alto en el campo de batalla, donde sus tropas se batían ya sin esperanza alguna, el demonio le habló. Su rostro mutó hasta convertirse en una cara, los pinchos y cuernos menguaron hasta desaparecer, y su rostro fue por un momento como el de un ogro. Su tez metálica, fue ablandándose hasta volverse en una piel gruesa de las montañas. Aunque su cuepro no menguó, quedando en al forma de un gran gigante, de esos que se ocultan en los valles.

- Guerrero, podría acabar con tu vida ahora mismo, pero te daré una oportunidad de vivir. Tus tropas no valen nada para mí, pero tu honor es jugoso manjar para saciar mi sed de impotencia... Esta batalla la has perdido, y yo aun así te doy la oportunidad de regresar a tu hogar. Sólo debes prometerme tu alma por la vida.

El guerrero carraspeó, pensando. Tenía brazos, piernas y tronco aprisionado en su puño cerrado. Lo que antes eran unos cuernos metálicos ahora eran los dedos de aquel gigante demoníaco. No tenía escape, la muerte le aterraba, y la huída bien le valía la pena, aunque no a ese precio... Que su alma sirviera al demonio para siempre era algo que aun le aterraba más que la idea de la muerte. La derrota ya era suya, y sus hombres caerían, no había otro final posible. O eso se dijo para convencerse a sí mismo justo antes de pronunciar las siguientes palabras, que matarían su honor y lo sumirían en la desesperación para siempre...

- En este campo de batalla fracasado aun soy dueño de muchas almas. Todos mis guerreros morirían por mí ahora mismo, salvo aquellos que les venza el horror y logren escapar de esto. Mi alma es un precio que no podría pagarte, pero te prometo las almas de cuantos aun luchan hoy por mí. Tuyas son sus almas si me dejas volver a mi hogar con la cabeza gacha.

El demonio sonrío, ahora sí lo apreció el guerrero, que sintió una angustia que le duraría siempre por lo que acababa de decir, sin arrepentirse debido al miedo.

- Que así sea.- Aceptó el demonio.- Las almas de tus hombres son mías ahora. Tú puedes ir, que de ti ya me cobro con tu cobardía, con tu traición. Me has saciado.



Cuando el guerrero despertó estaba allí mismo tendido, en el centro del campo de batalla. Una batalla que había perdido. Era de noche, el demonio no estaba, y el paisaje se veía tranquilo, aunque lo que encontró fue tan horroroso que jamás pudo volver a dormir sin verlo... El cielo estaba despejado, y por la llanura corría una fresca brisa que mecía el pasto, bañado por la luz plateada de la luna. Se puso de pié sin poder creerlo. Los cuerpos de los caídos no ensombrecieron la escena. Por toda la bajada de la loma, donde la batalla se hubo librado y resuelto en fracaso, permanecían los cuerpos de sus hombres que aun combatían cuando la promesa funesta. Estaban convertidos en pieda, tal y como estuvieran en aquel momento. La escena parecía haberse congelado, las estatuas estaban ahí, en posición ofensiva, unos batiéndose con lo que una vez debió ser el enemigo, otros huyendo, algunos muriendo, otros asestando sus últimas estocadas...

El demonio los había convertido en piedra. A todos, menos a él. No pudo evitar llorar, desear volver a despertarse en otro momento y en otra escena, o a poder rebobinar y morir en su lugar.
Ahora sus hombres no eran más que estatuas sin alma que siempre adornarían aquella aciaga llanura.









Hola!! Espero que os guste este relatillo que me acaba de salir. Venía pensándolo en la guagua.
Además de dejároslo aquí, quería deciros que por un tiempo estaré out, pues me voy de vacaciones!! La cosa pinta bien:
El sábado a la Isla de La Gomera con el Bichillo, hasta el lunes. Y el martes de road trip por Andalucía!! Undía con Popi en Sevilla, después ya con todos a Tarifa y Granada. El día 13 estoy de vuelta.
Hasta entonces!!

4 comentarios:

Favole dijo...

Me ha encantado el fragmento, pero debo decirte que la canción de Ivan Ferreiro no es canción sin compasión, sino que es la de Meteoro y el Señor Conejo :)

¡Habre cuando vuelves de una vez a la Roca!

Rolrolrolrolrolrolrolrolrolrol ^_^

Un besote gigante y baboso:

M.

Darka Treake dijo...

Dooooooooop!!
Toda la razón, Doncella Favole, era la del conejillo.
Ya está corregido, pido mil una disculpas.

Me alegro de que te gustara el relato, yo he quedado muy contento con él.

Yo también tengo muchas ganas de volver para reunirnos en la Ciudad del Reo...
Ojalá sea pronto!!

1bsazo
Darka.

Lyda de Lost dijo...

Ayyy! que viciaos por diox!! :D:D

jajaja... con lo bien que se está en esta isla calentita y cerca de Africa... para que más?!!

Lo que tiene que hacer todo el mundo es venirse para aqui!! :PPP


Este finde la Gomera!! Uuueee!!!

:))))))

1 besotex!!

Cristina Puig dijo...

Que chulo el bosque y la ermita! Como te lo montas eh?? un besoteeeeee

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