13 de febrero de 2010

El árbol consciente

Si siembras una ilusión y la riegas con tu amor y el agua de la constancia, 
brotara en ti una flor, su aroma y su calor te arroparán cuando todo vaya mal...
(...)
Y que mi luz te acompañe, 
pues la vida es un jardín donde lo bueno y lo malo se confunden, 
es humano no siempre saber elegir...

La Rosa de los Vientos
Mägo de Oz



A veces las cosas no suceden como cabe esperar, pero ello no significa que no sucedan como deben suceder... A menudo el destino tiene sus proopios métodos y maneras para maravillarnos, alcanzando sus fines más remotos e inesperados...

Existe una verdad secreta que pocos conocen. Todos los árboles viven, eso lo sabemos, nos lo enseñan en el colegio, así como a cuidarlos, aunque muchos olvidan esto. Pero hay ciertos árboles que viven de una forma que pocos pueden imaginar. Éstos árboles tienen conciencia, sienten y piensan, se motivan por vanalidades como los hombres, y se enojan, asustan y sufren como cualquier otro ser vivo con libre albedrio. Algunos de ellos pueden moverse, aunque sólo lo hagan cuando nadie mira, otros en cambio son incapaces. Unos hablan, otro sólo escuchan. Y todos, sin excepción, bailan al son del viento, cantando con el roce de sus ramas. Hay muchas clases de árboles conscientes: abetos, encinas, sacues llorones, almendros, ficus de troncos retorcidos... Pero del que vengo a hablaros, es un laurel de las indias.
El secreto que nadie sabe y que procedo a revelar aquí en un susurro escrito, es que todos estos árboles conscientes tienen un dama que los cuida, los anima y da conversación. Esta dama es en esencia como su árbol, aunque en forma puede adoptar múltiples posibilidades.

He aquí el relato de uno de estos árboles conscientes, desde sus comienzos, hasta donde debe narrarse: resulta que una vez, por capricho del hades o de cualquier otro limbo, un inmenso árbol dejó caer una de sus semillas. Lo habitual en aquel bosque es que sus retoños crecieran extendiénse en la planicie, como en los últimos milenios, pero esta vez no fue el caso. Cuando la semilla calló al pasto, a los pies de este gran árbol, el viento la recogió y llevó lejos. Se trató de una ráfaga enviada o no por algo mayor. Algunos pensaron que era el destino, esas fuerzas inmesurables que lo hacen todo, pero otros pensaron que el viento es el único que se miueve sólo, a su propio ritmo, y que la semilla viajó por mera casualidad. El caso es que viajando grandes leguas, cruzando campos yermos, saltando ríos y pasando desapercibida entre hombres y otros habitantes de la tierra que podrían haberlo arruinado todo, llegó a caer a una charca que hasta ese momento no era más que lodo.

Tal vez la porquería y la inmundicia engendraron la vida, alimentando la semilla, y así nació un loto en tono azulado. Fue una flor bellísima, cuyas hojas flotantes pronto cubrieron el pantano, creciendo y creciendo, hasta que un tallo fue capaz de elevarse del agua. Así nació aquel árbol consciente. Aquel tallo se irguió cuanto pudo, alimentándose de la podredumbre del pantano, purificándolo, y así sus aguas quedaron cristalinas y bellas. Aquello que una vez fue una ciénaga, se convirtió en un lindo bosque. Los árboles retorcidos de alrededor se estiraron buscando la luz. Los helechos, marrones y arruinados, coogieron un color verde vivo. El suelo arcilloso se cubrió de pasto y florecillas de diferentes colores. Brotaron setas de todas las formas y sabores, acudieron animales de todos los lugares, piaron los pajarillos y nacieron los peces en la charca. Aquel sitio se convirtió en un bello oasis en mitad de aquel lúgubre bosque.

Fue encontonces cuando nacio ella: la dama del árbol. La primera semilla que un árbol consicente deja caer no es para reproducirse, sino para traerla a ella al mundo. Ésta calló desde las ramas bajas, y fue a parar al agua cristalina. Y allí, en las profundidades, nació U, una sirada. U no era un hada, ni una sirena, era una sirada. Fue diminuta y nunca creció. Pronto le crecieron largos y oscuros cabellos sobre una tez marrón. Cuando estaba sumergida tenía el cuerpo de una preciosa sirena, y cuando emergía, adoptaba la forma de un hada sin alas.

U cuidó por largo tiempo de su árbol consicente, con quien hablaba. Habitó entre sus raíces sumergidas, entre sus ramas en lo alto de su copa, y en el interior de su tronco, donde nadie podría encontrarla. Fue feliz, aunque siempre ansió muchas cosas. Hasta que un día apareció alguien que le invitó a echar un vistazo más allá de aquel lugar encantador, a internarse entre los árboles retorcidos que crecían alrededor del oasis en que vivía, y a conocer la realidad de un mundo cambiante e inmenso... Ella renegó desde un principio, sin querer saber, pero un día se despertó con la duda, y lloró con la idea de abandonar su árbol y aquel lugar maravilloso en que se sentía protegida, al que pertenecía. No podía abandonar su árbol, ni sus aguas cristalinas, ni sus ramas y hojas... Adoraba demasiado ese lugar mágico...

2 comentarios:

A dijo...

Mi reverencia a vos, estoy con Iskandar, Dr.
También a La Rosa de los Vientos.

Un beso

Anonymous dijo...

eres estupendisimo. Me gusta mucho mucho.mama

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