Salió corriendo de su casa y cruzó el jardín atravesando el sendero hasta la verja, que estaba cerrada. A sus pies ladraban sin cesar dos de sus perros. Pero faltaba uno. Por la calle pasó un coche blanco a toda velocidad, pero ella ni se inmutó. Miró alrededor, buscando a su perro, y nada. Alzó la vista al cielo, que sobre su hogar lucía azul, salvo por escasas nubes al este. Los perros hacían tanto escándalo que les pegó un grito para que se callaran, que no surtió efecto alguno. Caminó sobre la hierba, mirando entre los arbustos, pero ahí no estaba el perro. Llevaba en esa casa apenas dos días, era demasiado pronto para aquello... Temiéndose lo peor volvió a gritar a los perros para que se callaran.
Semanas atrás habían comprado juntos aquella casita. Un adosado precioso color ocre, donde por fin se independizarían. La habían preparado con esmero, y habían puesto mucha ilusión en el lugar. Ella especialmente, pues guardaba un secreto: sabía que aquella casa estaba encantada.
Corrió casi echándose a llorar de vuelta a dentro. Nada más entrar, se dirigió a la cocina. Fue directa a un cajón, bajo el fregadero, donde tenían la cubertería. Tras abrirlo, palpó por debajo y encontró la llave, que tenía sujeta con celo. Cerró el cajón y echó escaleras arriba, y desde el primer piso subió a la buhardilla. Ahora mismo tenían allí un sin fin de cajas por deshacer y colocar por toda la casa, las cosas de toda su vida... Pero ignorándolas, tomó una silla y la colocó en el centro. Sobre su cabeza había una trampilla, que en cualquier otra casa daría al tejado, en lo más alto del edificio. Con la llave abrió el candado que la cerraba, y con cuidado bajó la trampilla de madera. Arriba, en lugar de verse el cielo luciendo azul, había un enorme globo aerostático amarrado. Ella, sin sorprenderse por el hecho, tomó la base de la trampilla, puso un pie en el respaldo de la silla, y dio el mayor salto que pudo. La silla se cayó al suelo con un estruendo, pero ella logró subirse allá arriba. Y desde el otro lado, con cuidado de no caerse, cerró la trampilla, huyendo de la buhardilla, de su hogar y de ese mundo.
Al otro lado se le erizó todo el vello por el frío. Tras cerrar el suelo de la enorme cesta en que se encontraba, y asegurarse de sellar el candado a ese lado, trató de levantarse. El viento le dio en la cara al asomarse más allá del borde de la cesta, haciendo que su cabello castaño bailara a su espalda. Se encontraba a muchísima altura, navegando el cielo en aquel globo, flotando en algún lugar de otro mundo.
Allá abajo se veía la costa de un enorme continente, como un cono cubierto de selva que se adentraba en el océano. Sobre su cabeza, el gran globo permanecía hinchado en tonos rojos, naranjas y malvas por arte de alguna magia, pero se sentía segura, pues no era la primera vez que lo utilizaba. Así que sin esperar más, se agarró a una de los cabos que amarraban el globo a la cesta, y gritó con fuerza.- ¡Quiero ir donde está mi perro!
Y en ese momento sintió el viento cambiar. La brisa, que hasta entonces le daba de cara, ahora venía de su flanco izquierdo, soplando hacia el noroeste. El globo, en su inmensidad, se dejó llevar por su fuerza, sobrevolando la costa del continente.
Ella se quedó un rato ahí, observando aquel mundo alejado moverse debajo. Parecía que ella estuviera quieta, y que aquella masa de tierra y agua se moviera bajo el globo. El viento soplaba fuerte, empujándolos, rumbo a su destino. Cuando le dio frío se acurrucó en la cesta, y se quedó ahí un rato tendida. No sabía lo lejos que estaba de su perro, ni cuanto podía tardar el globo en llevarla hasta él, pero sabía que estaba en camino. Si él se lo había quitado... Pateó la cesta, maldiciéndolo.
Estuvo así un rato bien largo, hasta que la cesta comenzó a agitarse por el viento. Algo había cambiado. Se levantó y observó el horizonte. Ahora alrededor sólo había océano, y el globo se dirigía hacia una enorme tormenta. Justo enfrente el cielo se oscurecía con tremendas nubes grises, que no dejaban de estallar y relampaguear. Ella se agitó por el frío, y sintió al globo alzarse en el aire. Subió bien alto, o lo suficiente para sortear la enorme tempestad, y ella sonrió agradecida. El viento la llevó por las alturas, dejando los nubarrones debajo, y entonces se maravilló con la visión. Estaba a tanta altura que podía ver que la tormenta formaba un anillo, y que encerraba todo un archipiélago en el interior, ageno a su furia. Era como si el anillo protegiese aquellas islas, hacia las que se dirigía indudablemente con el globo.
Una vez dejó la tormenta, fue descendiendo sobre la primera isla, para después adentrarse en la costa de la mayor de todas ellas, en el centro del archipiélago. Tenía una forma rara, con una península al sur, que sobrevoló primero, y una plataforma mayor al norte. El globo iba bajando a medida que se acercaba a su destino, directa hacia la costa más septentrional de aquella gran isla. A ella le latió el corazón. Su perro estaba realmente en este mundo. Volvió a maldecirlo...
El globo la llevó hacia las montañas de la costa, donde en un enorme valle de pronto surgió una alta torre. Era como una aguja entre las cúspides nevadas, de un color blanco que la confundía. Y hacia allí se dirigía. Le latió el pulso, a la par que el globo descendía. Cada vez se sentía más cerca del suelo, aunque aun estaba a gran altura. Sortearon algunas cumbres para aproximarse a la inmensa torre, cuando escuchó el ladrido de su perro. Tenía que ser él. Se fueron acercando, al tiempo que el viento fue amainando, hasta detenerse justo frente a uno de sus balcones más altos, quedando suspendido el globo al haber llegado a su destino.
Allí había un hombre esperándola. Era joven y atractivo, vestía una túnica de color celeste, sujeta con un cinto marrón, y se apoyaba en la barandilla de mármol. Ella fue a gritarle, pero él levantó una mano para hablar, callándola.
- Has venido a verme...
- ¡He venido a por mi perro!
- Pero ése era nuestro trato. Yo te doy el globo, tú me das a tus perros.
- Eres un mentiroso, y un ladrón. ¡No han pasado ni dos días!
Él se llevó la mano al mentón, y miró al perro, que ladraba entre los barrotes de mármol a sus pies.- Te propongo otro trato ahora que ya sabes cómo encontrarme.- Ella se quedó callada, mirándole desde la cesta, suspendida a gran altura del suelo.- Yo te devuelvo a tu perro, y tú vienes a visitarme a menudo.- Y asintió, firme pero sonriendo.
Ella lo miró suspicaz. ¿Así de fácil?- De acuerdo.- Le dijo.
Entonces él tomó al perro con la manos, sin que dejara de ladrar. Era un yorkshire de color negro, que de pronto se vio entre la torre y la cesta. Comenzó a ladrar y a agitarse, aterrado, y ella se lanzó a tomarle y llevarle consigo. Una vez en el interior de la cesta el perro se hinchó de alegría, moviendo su rabo diminuto, y saltándole a las a piernas.
- Espero verte pronto.- Añadió él con desdén sobre el balcón.
Ella, muy seria, sin saber si agradecérselo o insultarle, se incorporó y se quedó mirándole.- ¿Cómo regresaré hasta aquí?
- Dile al globo que te traiga a Tharin-Gol, la Torre de los Reyes.- Y con una reverencia, se dio la vuelta y se retiró del balcón. Entonces el viento comenzó a soplar alejándola, como si su visita allí hubiera terminado ya.
Ella se quedó en la cesta, viendo la torre blanca perderse entre las montañas. El globo se elevó de nuevo, marchándose lejos, sobrevolando la tormenta con forma de anillo, y abandonando las islas. Ya no sabía cuál era el rumbo del globo, y poco le importaba. Sacó la llave del bolsillo del pantalón, y abrió el candado del suelo. Con cuidado, bajó al perro, que dio un salto para caer de morros en el suelo de la buhardilla. Después ella se descolgó en el interior de su casa, tomó la silla del suelo, y cerró la trampilla y después el candado.
Este relato es para mi prima.
Que sea bienvenida a Mi Mundo.
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