11 de junio de 2008

Nictálope I

El chico caminaba por la gruta tranquilamente, bajo una completa oscuridad que no le impedía ver las rocas y las estalactitas. Éstas caían desde hacía milenios, y aun goteaban formándose, a lo largo de la gruta. Él no podía ver el final, y ya tampoco el principio. En la falda de una alta montaña, en un lugar inaccesible a pie, había un recoveco por el que introducirse. No era más que un agujero, por el que entrar casi recostado, y que tras unos metros de arrastrarse, se ampliaba hasta convertirse en la oscura caverna. Él era una de esas personas que no gustan a nadie. En esta época turbulenta en que a los raros se les persigue, y que los normales los castigan por su diferencia, él buscaba respuestas. Era cierto que no era normal, y hasta ese momento, no había sabido por qué. Esa noche iba a descubrirlo.

Tenía el pelo blanco, y la tez tan pálida que parecía estar muerto en vida. Era débil y no tenía grandes cualidades, pero si algunas excentricidades que poco le gustaban, y que nada comprendía. Odiaba el sol, era algo que repudiaba. Los días los pasaba encerrado, o durmiendo si podía, y las noches eran su mundo. Él veía mucho mejor en la oscuridad de la noche que bajo la abrasadora luz del sol, y le repateaba. No lo comprendía.

Ahí dentro no tenía ningún problema. La caverna formaba una angosta bóveda esculpida con las estalactitas, y se adentraba en el corazón de la roca. Caminó durante mucho rato, hasta perder la noción del tiempo, cuando dio con la puerta. Era un punto en que la gruta se empequeñecía, hasta formar un arco perfecto, pero natural. Y en él, una puerta de madera bien cuidada. Era sorprendente. Podría ser cierto lo que le habían dicho. Tras esa puerta, estaba la respuesta.

Se quedó delante sin saber qué hacer, en completo silencio. La puerta no tenía pomo, y salvo empujándola, no habría forma de abrirla. Del umbral no venía luz, y al otro lado no se escuchaba tampoco nada. Entonces, sin más dilación, la empujó con suavidad. Ésta se abrió muy lentamente.

Al otro lado la gruta se ampliaba hasta formar una gran cámara natural. Aquí las rocas puntiagudas que descendían, eran inmensas, y formaban tremendas columnas que parecían aguantar la montaña. En el centro quedaba un hueco considerable, y unas rocas se ordenaban en una circunferencia. Entre ellas, había un dibujo. Él se acercó, y tras él la puerta se cerró con un golpe. Cuando llegó a las rocas, vio que habían sido talladas y colocadas ahí expresamente. Y en el centro, un extraño símbolo con ocho puntas. La estrella estaba cercada por varios círculos, y en su centro sonreía una luna creciente.

No había nadie, y se sentó en una de las rocas. La estancia parecía natural, pero era increíble un lugar así. Y salvo lo descrito, no había nada más. Más allá, terminaba en fuertes paredes de montaña. Observó el símbolo del centro, cada una de las puntas de la estrella señalaban a una de las ocho rocas, y él se sentaba en una. Era extrañamente bello...


Continuará...




"Como en cada momento de nuestras vidas, tenemos un pie en el cuento de hadas y otro en el abismo..."
Paulo Coelho - Once Minutos




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2 comentarios:

Anonymous dijo...

Hej!
Ese símbolo me suena...¿era de color rojo ;)?
Bonito cuento :)
baci
Sil

Favole dijo...

¿Al final te lo tatuarás?
Me ha gustado... Tiene buena pinta. Estaré a la espera de la siguiente entrega :)

M.

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