Pedazo extraído del capítulo 14 de La Rosa de los Vientos, que por túitulo lleva La Horologia.
Esta entrada pertenece a la serie El viento (3/4).
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–Buenos días forastero.
–Buenos días sacerdote. Estoy de paso en Anora, y me he maravillado con vuestros templos y vuestras costumbres. Pero me tiene intrigado esta torre. ¿Qué es? Pues es diferente a los demás templos que he visitado.
El sacerdote se apoyó en la escoba, afligido por algún dolor de espalda. Se llevó la mano al costado observando el monumento. –Esta torre… –Era un hombre anciano, llevaba una toga gris y raída, cuyo nudo estaba a punto de caer–. La Torre de los Vientos, así la llaman –añadió–. Al menos una de ellas. No es una torre, en realidad, y difícilmente podríamos calificarlo de templo. Es una Horologia. –Su latín era dificultoso, pero se comprendía bien–. Bien podría decirse de ella que es un viejo templo, aunque lleva muchísimo tiempo en desuso. Nos hemos encargado de mantenerlo en pie, aunque hace muchas generaciones que dejó de tener sentido. No sé si alguna vez lo tuvo. –Se vio divagar al sacerdote, que no dejaba de mirar la torre. El brujo se extrañó al escuchar aquello–. Eolo, Dios del Viento, le hizo el amor a Démeter, Diosa de las Estaciones, y ella quedó encinta a espaldas de Zeus, pues era una de sus esposas. –El sacerdote comenzó aquel relato como si aquellos personajes fueran habituales. Saphiroth sabía lo suficiente de la mitología helena como para seguirle–. Ella tuvo ocho hijos de Eolo, y Zeus entró en cólera al saberlo, pero los adoptó. Éstos fueron llamados los Anemoi, los ocho Dioses-Viento. Sus nombres eran Bóreas, Noto, Euro, Céfiro, Cecias, Apeliotes, Coro y Libis. Zeus, enfadado, les inculcó la cólera, y durante la Edad de los Dioses, cuando éstos se pelearon entre sí casi destruyéndolo todo, soplaron vendavales por el Mundo. Pero cuando al fin los Dioses se retiraron y nos dejaron el Mundo a los Mortales, los Anemoi quedaron libres aquí, vagando a sus anchas, impidiendo todas las cosechas. Démeter, que era muy sabia, trató de educar a sus ocho hijos en el bien, enseñándoles cuándo y en qué dirección soplar. En esta labor le ayudó Eolo, aunque solo lograron alcanzar a cuatro de ellos. Por el contrario, Bóreas, Noto, Cecias y Euro amaron a Zeus aun con lo mal que los trató. Los vientos soplan desde entonces, trayendo y llevándose las estaciones, a pesar de que estos cuatro se revelaron siempre a su madre, e hicieron y deshicieron a sus anchas. –El sacerdote hizo una pausa aquí, señalando a la torre–. Según cuentan las epopeyas, Eolo ordenó levantar ocho Horologias en diferentes lugares del Mundo, una por cada Anemoi. Así, los Dioses-Viento fueron apresados en cada una de ellas. Según contaron los elfos en tiempos ya remotos, Neptuno, Dios del Mar, ordenó a ocho tritones su custodia. Sobre cada Horologia, dicen, hay un tritón de piedra que ordena a los Anemoi cuándo y en qué dirección soplar, gracias al sonido de una caracola. Pero Cecias, quien estuvo preso en esta Horologia, logró escapar hace ya mucho tiempo. Ahora yace aquí la torre en su recuerdo.
–¿Entonces vaga libre el viento por el Mundo? –Saphiroth estaba realmente intrigado por la historia del sacerdote.
–Al parecer lo hizo durante una época, ya lejana. –Volvió a quejarse del dolor de espalda, sin decir nada–. Soplando con desdén lo destruyó todo, evitando cosechas y cambiando las estaciones a su antojo. El Mundo se resintió entonces, pues Cecias era el Dios-Viento frío que soplaba en invierno, y estando en libertad lo congeló todo. El Mundo sufrió entonces un invierno que duró muchos años, produciendo grandes glaciaciones. Pero fue hecho preso de nuevo, pues ahora la primavera es traída por Céfiro cuando le llega su turno, siguiendo a suaves inviernos y precediendo al verano.
–¿Y quién logró tamaña empresa?
El sacerdote resopló, encogiéndose de hombros. –Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Demasiado. O eso dicen. Se han dicho muchas cosas de la Horologia. Dicen que cuando construyeron la ciudad, la torre ya estaba en este lugar, inerte, cual recuerdo de la prisión que una vez fue. –Chasqueó la lengua mirándolo y negando–. Desconozco quién lo atrapó, así como el lugar donde Cecias debe estar preso, pero si no es así, ¿cómo pueden las estaciones seguir su curso? Solo espero que su guardián no lo vuelva a liberar, allá donde lo tenga contenido.
Saphiroth se quedó callado observando, incrédulo, al sacerdote. No conocía aquella historia, y jamás se había planteado el origen de los vientos. De alguna forma aquello tenía sentido. Rebuscó entre sus ropas y extrajo una piedra enorme hecha por completa de oro. Se la entregó al sacerdote. –Espero que esto os sirva como ofrenda a vuestra Diosa.
–Muchas gracias –contestó él tomándola, completamente maravillado–. Muchas gracias, forastero –repitió.
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Puedes acceder a la serie completa en el siguiente tag: El viento.
Aquí podéis leer la primera de esta serie de entradas: Veletas, tritones y gallos.
Aquí podéis leer la segunda entrada de la serie: La Veleta.
Aquí podéis leer la cuarta entrada de la serie: El Tritón.
Además, consulta la web del cuento: La Rosa de los Vientos.
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