Imagen del Exordio, escultura de Manolo González (Las Palmas de Gran Canaria)
La foto pertenece al blog Trasteadoras
Esta entrada es la última (4/4) de la serie El viento.
(...)
Issora se asomó de nuevo de la regala, a proa. Allí estaba aquella criatura. La observaba desde el agua, sin signo alguno de maldad. Le dio la impresión de que se miraban. No es que necesitara socorro tampoco, aquella criatura se desenvolvía perfectamente. Estaba en su hábitat. Bajo el agua, se veía una enorme y larga cola, con la que nadaba para mantenerse a flote, a la velocidad y con el rumbo de la Rosa. Se ayudaba con los brazos, y parecía estar simplemente esperándola. Así que Issora se dirigió a cubierta. Allí Therco ya había dispuesto el bote, éste se subió, y cuando ya comenzaban a descenderlo, Issora se subió también de un salto.
–Necesito ver qué es eso –le dijo al maestre. El tremendo hombre negro la miró sin comprender–. No es un hombre…
El bajel chocó con el agua, y ella por inercia quedó sentada. El maestre se sentó también, y ambos cogieron un remo. En cuanto se separaron del casco de la Rosa ésta continuó su rumbo, pues lo que quedaba de aparejo estaba hinchado, así que ellos dos comenzaron a remar para no alejarse.
–¿Dónde está? –preguntó Therco.
Issora miraba la superficie del agua, donde las olas crecían y surcaban el océano, haciendo balancearse tanto al galeón como al bote. Seguía cayendo esa llovizna odiosa, que molestaba y que terminaba por empaparlo todo, y sintió frío. Entonces, la cabeza volvió a asomarse a poca distancia del bajel. Issora señaló, y el maestre se puso a remar. La cabeza se ocultó una vez más, para reaparecer junto al bote. Issora se llevó un susto al verlo tan cerca, y cayó de espaldas sobre la otra borda del bote, balanceándolo. Therco la sujeto, y con miedo, se asomó. Allí estaba esa criatura. Su piel era de piedra, no tenía sentido que pudiera estar ahí flotando, por mucho que tuviera esa cola de pez. Desde ahí le parecía inmensa. El rostro estaba cubierto de escamas, pero tenía forma de hombre, salvo por la nariz, cuyos diminutos orificios se ocultaban sobre un labio puntiagudo. Sobre la piedra de las mejillas y desde la sien le crecía aquella alga que se extendía alrededor.
–¿Qué eres? –solo supo preguntar Issora.
Aquella bestia se agitó sobre la superficie del agua. Nadó hacia un lado, rodeando el bote. –No importa quién soy, sino por qué estoy aquí. –Issora miró a Therco–. Las almas que navegan este galeón deben saber algo.
Issora se aproximó más a aquella criatura. Su aspecto era perfectamente horroroso, ocultando una dulzura cansada. –Mi nombre es Issora, y muchos a bordo de La Rosa de los Vientos me llaman Capitana. Dime lo que me tienes que decir.
La criatura casi sonríe, pero le era difícil expresar cualquier mueca con ese hocico de pez. –No es el viento quien hincha las velas de este galeón, sino Ithrilo, el Dios-Viento del Noroeste, pues vuelve a estar libre. –Issora miró a Therco, pero él tampoco comprendía nada de aquello–. Fracasé una vez, pues era el encargado de custodiarlo, eso fue hace tantísimo tiempo… Al escapar devastó el Mundo, pues, adoptando la forma de un gélido viento, condenó cosechas y heló bosques. El Mundo cambió por completo. –Aquello le estaba pareciendo surrealista a Issora, ¿qué era aquella cosa?–. Pero fue hecho preso de nuevo. –Ahí se calló la bestia. El instante se le eternizó a Issora–. Ahora alguien lo ha vuelto a liberar.
–¿Hablas de la tormenta?
Éste asintió. –La Caracola estaba en el Paraíso de Aderán. Debes ir allí y recuperarla.
–¿Dónde?
–El Paraíso de Aderán, –Fue a explicar la bestia–, él tenía la Caracola.
–He oído hablar de ese lugar, Capitana –intercedió el maestre–. Es una leyenda, no creo que exista. –Aquella criatura miró al negro sin expresión en el rostro.
–¿Con esa caracola nos libraremos del viento? –preguntó ella.
–Podréis dominarlo…
Issora se quedó muda. Dominar el viento… Eso le permitiría ir donde ella quisiera. –¿Y qué hace en ese lugar? –preguntó mientras pensaba. ¿Realmente quería dominar el viento? En todo caso debía librarse de la tempestad, o acabaría con la Rosa.
–La tenía Aderán, pues al gobernar a Ithrilo, creó el clima idóneo para su Paraíso. –Issora se sentó en el bote. Miró a Therco, después de nuevo a la bestia–. Alguien lo ha liberado.
–¿Y por qué la ha tomado con la Rosa de los Vientos?
Aquella criatura no supo responder a aquello. –Eso sólo concierne al que gobierna al viento, con la Caracola.
Issora miró a Therco. –Maestre, ¿podremos llegar hasta allí?
–No tenemos rumbo, Capitana. ¿Dónde está el Paraíso de Aderán? –Al decirlo miró a la pétrea criatura marina.
–El viento os ha traído muy lejos de toda tierra conocida. Os aproximáis, a su voluntad, al Fin del Mundo, a riesgo de precipitaros por oriente. Deberíais navegar al norte cuantos días y cuantas noches podáis, hasta alcanzar el continente. Entre las escarpadas costas del norte se oculta el Paraíso de Aderán.
El negro se rio mofándose. –¿Cuántas noches deberíamos aguantar? –La bestia no respondió–. Eso son demasiadas noches, Capitana.
Ella lo tranquilizó con la mano, mientras el bote se balanceaba. Seguía lloviendo como antes. –Podremos llegar.
–Uno de los dos podrá –asintió aquella criatura sobre el agua. Issora cambió la expresión–.Dos naves navegan estas aguas, ambas impulsadas al antojo de Ithrilo.
–No ellos no… –Alcanzó a decir ella mirando a popa, la bestia la interrumpió.
–Te deseo mucha suerte Issora, y a la Rosa de los Vientos. He de entregarles también este mensaje.
–¡Espera! –gritó Issora, pero aquella criatura desapareció bajo el agua. No volvió a verla.
(...)
Issora se asomó de nuevo de la regala, a proa. Allí estaba aquella criatura. La observaba desde el agua, sin signo alguno de maldad. Le dio la impresión de que se miraban. No es que necesitara socorro tampoco, aquella criatura se desenvolvía perfectamente. Estaba en su hábitat. Bajo el agua, se veía una enorme y larga cola, con la que nadaba para mantenerse a flote, a la velocidad y con el rumbo de la Rosa. Se ayudaba con los brazos, y parecía estar simplemente esperándola. Así que Issora se dirigió a cubierta. Allí Therco ya había dispuesto el bote, éste se subió, y cuando ya comenzaban a descenderlo, Issora se subió también de un salto.
–Necesito ver qué es eso –le dijo al maestre. El tremendo hombre negro la miró sin comprender–. No es un hombre…
El bajel chocó con el agua, y ella por inercia quedó sentada. El maestre se sentó también, y ambos cogieron un remo. En cuanto se separaron del casco de la Rosa ésta continuó su rumbo, pues lo que quedaba de aparejo estaba hinchado, así que ellos dos comenzaron a remar para no alejarse.
–¿Dónde está? –preguntó Therco.
Issora miraba la superficie del agua, donde las olas crecían y surcaban el océano, haciendo balancearse tanto al galeón como al bote. Seguía cayendo esa llovizna odiosa, que molestaba y que terminaba por empaparlo todo, y sintió frío. Entonces, la cabeza volvió a asomarse a poca distancia del bajel. Issora señaló, y el maestre se puso a remar. La cabeza se ocultó una vez más, para reaparecer junto al bote. Issora se llevó un susto al verlo tan cerca, y cayó de espaldas sobre la otra borda del bote, balanceándolo. Therco la sujeto, y con miedo, se asomó. Allí estaba esa criatura. Su piel era de piedra, no tenía sentido que pudiera estar ahí flotando, por mucho que tuviera esa cola de pez. Desde ahí le parecía inmensa. El rostro estaba cubierto de escamas, pero tenía forma de hombre, salvo por la nariz, cuyos diminutos orificios se ocultaban sobre un labio puntiagudo. Sobre la piedra de las mejillas y desde la sien le crecía aquella alga que se extendía alrededor.
–¿Qué eres? –solo supo preguntar Issora.
Aquella bestia se agitó sobre la superficie del agua. Nadó hacia un lado, rodeando el bote. –No importa quién soy, sino por qué estoy aquí. –Issora miró a Therco–. Las almas que navegan este galeón deben saber algo.
Issora se aproximó más a aquella criatura. Su aspecto era perfectamente horroroso, ocultando una dulzura cansada. –Mi nombre es Issora, y muchos a bordo de La Rosa de los Vientos me llaman Capitana. Dime lo que me tienes que decir.
La criatura casi sonríe, pero le era difícil expresar cualquier mueca con ese hocico de pez. –No es el viento quien hincha las velas de este galeón, sino Ithrilo, el Dios-Viento del Noroeste, pues vuelve a estar libre. –Issora miró a Therco, pero él tampoco comprendía nada de aquello–. Fracasé una vez, pues era el encargado de custodiarlo, eso fue hace tantísimo tiempo… Al escapar devastó el Mundo, pues, adoptando la forma de un gélido viento, condenó cosechas y heló bosques. El Mundo cambió por completo. –Aquello le estaba pareciendo surrealista a Issora, ¿qué era aquella cosa?–. Pero fue hecho preso de nuevo. –Ahí se calló la bestia. El instante se le eternizó a Issora–. Ahora alguien lo ha vuelto a liberar.
–¿Hablas de la tormenta?
Éste asintió. –La Caracola estaba en el Paraíso de Aderán. Debes ir allí y recuperarla.
–¿Dónde?
–El Paraíso de Aderán, –Fue a explicar la bestia–, él tenía la Caracola.
–He oído hablar de ese lugar, Capitana –intercedió el maestre–. Es una leyenda, no creo que exista. –Aquella criatura miró al negro sin expresión en el rostro.
–¿Con esa caracola nos libraremos del viento? –preguntó ella.
–Podréis dominarlo…
Issora se quedó muda. Dominar el viento… Eso le permitiría ir donde ella quisiera. –¿Y qué hace en ese lugar? –preguntó mientras pensaba. ¿Realmente quería dominar el viento? En todo caso debía librarse de la tempestad, o acabaría con la Rosa.
–La tenía Aderán, pues al gobernar a Ithrilo, creó el clima idóneo para su Paraíso. –Issora se sentó en el bote. Miró a Therco, después de nuevo a la bestia–. Alguien lo ha liberado.
–¿Y por qué la ha tomado con la Rosa de los Vientos?
Aquella criatura no supo responder a aquello. –Eso sólo concierne al que gobierna al viento, con la Caracola.
Issora miró a Therco. –Maestre, ¿podremos llegar hasta allí?
–No tenemos rumbo, Capitana. ¿Dónde está el Paraíso de Aderán? –Al decirlo miró a la pétrea criatura marina.
–El viento os ha traído muy lejos de toda tierra conocida. Os aproximáis, a su voluntad, al Fin del Mundo, a riesgo de precipitaros por oriente. Deberíais navegar al norte cuantos días y cuantas noches podáis, hasta alcanzar el continente. Entre las escarpadas costas del norte se oculta el Paraíso de Aderán.
El negro se rio mofándose. –¿Cuántas noches deberíamos aguantar? –La bestia no respondió–. Eso son demasiadas noches, Capitana.
Ella lo tranquilizó con la mano, mientras el bote se balanceaba. Seguía lloviendo como antes. –Podremos llegar.
–Uno de los dos podrá –asintió aquella criatura sobre el agua. Issora cambió la expresión–.Dos naves navegan estas aguas, ambas impulsadas al antojo de Ithrilo.
–No ellos no… –Alcanzó a decir ella mirando a popa, la bestia la interrumpió.
–Te deseo mucha suerte Issora, y a la Rosa de los Vientos. He de entregarles también este mensaje.
–¡Espera! –gritó Issora, pero aquella criatura desapareció bajo el agua. No volvió a verla.
................................................................................................................................................................................................
Puedes acceder a la serie completa en el siguiente tag: El viento.
Aquí podéis leer la primera de esta serie de entradas: Veletas, tritones y gallos.
Aquí podéis leer la segunda entrada de la serie: La Veleta.
Aquí podéis leer la tercera entrada de la serie: La Horologia.
Además, consulta la web del cuento: La Rosa de los Vientos.
................................................................................................................................................................................................
0 comentarios:
Publicar un comentario