12 de diciembre de 2006

Décimo cuarta planta. 04.58 horas.

El tremendo orco


El tremendo orco quedó agachado y escuchando tras la puerta, a la espera. Su gran equipo de batalla tintineaba con el chocar de las placas y armas. No se oía nada tras la puerta, y se levantó, quedándose después muy quieto. Entonces escuchó sus pasos acelerados sobre la madera, hasta acercarse, justo al otro lado de la puerta, a escasos centímetros de él. Tras un suspiro inquietante, el tremendo orco dio la vuelta, y, tratando de no hacer ruido, caminó hacia las escaleras.
Una vez abajo, en la estancia inferior, anduvo despacio hasta el anciano que se sentaba a una mesa al otro lado de la habitación. Ésta era semicircular, y estaba iluminada por un precioso candelabro, sobre el escritorio del viejo. El orco llegaba por detrás y el viejo estaba con la cabeza apoyada en la mesa, sobre sus brazos y la máscara. Desde donde él lo miraba, alcanzaba a ver unos cuernos que le sobresalían hacía la espalda. Debían proceder de alguna cabra, pues eran retorcidos y puntiagudos, naciendo ahora en su máscara. El tremendo orco nunca se había atrevido a preguntarle a su maestro por aquellos cuernos, siempre se quedaría con la duda.
Al llegar hasta él, se detuvo a escasa distancia, y el viejo se enderezó. No lo miró, a pesar de que llevaba la máscara puesta, y bajo ella habló con su voz sorda.

- L’Caor, ¿Cómo ha ido? Has tardado.
- Sí, maestro. Todo bien, como siempre. Ya lo tiene.- La voz gutural del orco sonó grotesca en los aposentos del brujo.
- Bien... Entonces, ahora, ya sabes lo que tienes que hacer.
- Sí, maestro.
- Baja a ver qué está ocurriendo. No quiero complicaciones ahora. Estamos muy cerca de conseguirlo, y no vas a dejar que nada lo impida.
El orco bajó la mirada al suelo, tan sólo por un segundo, y volvió a mirar a su maestro, que se estaba girando. Su silla sonó al moverse, y se detuvo ante el ruido, para evitarlo. Tras esa máscara, ahora ya le miraba.
- Quiero que bajes hasta el nivel más inferior, y que averigües qué es lo que pasa. Quiero que te cerciores de que no hay nada extraño en ninguno de los pisos de la torre.
- Sí, maestro.
- Y si es ella otra vez... No vuelvas a tener piedad. No la escuches, mátala en cuánto la veas.
Por la emoción contenida, esta vez el tremendo orco no se atrevió a responder, ni siquiera con un “sí, maestro”. Haría lo que le pedía. Él mismo estaba deseando matar a esa bruja condenada.
- Entonces ve,- Dijo el viejo tras aquella máscara grotesca.- y vuelve con buenas noticias.

L’Caor asintió, y caminó hacia atrás hasta llegar a la puerta. La abrió, y salió de aquellos aposentos, a donde odiaba ir. Ya más aliviado, se ajustó su tremenda espada al cinto, y bajó las escaleras, hacia el nivel inferior...


El tremendo orco
Capítulo VIII del Cuento de Siläe

Memorias Olvidadas
Darka Treake

1 comentarios:

Anonymous dijo...

Gracias, compañero, por enlazarme a tu precioso blog.
Todo esto lo escribes tú? Tienes una imaginación prodigiosa ^_^

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